CONVERSACIONES CON DARIA

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El trabajo no dignifica, domestica

El mate todavía estaba tibio cuando me tiré en la reposera, con el diario sin abrir y los dedos manchados de grafito. Daria no se había movido de su rincón, pero su mirada tenía esa chispa que me decía que estaba esperando que yo tirara la primera piedra.

—Hoy es Primero de Mayo. Día del Trabajador —dije, medio al aire, como quien no quiere charlar, pero igual espera una respuesta.

—¿Y vas a marchar con la CGT o con tu conciencia? —disparó sin mirar, mientras sacudía una pelusa imaginaria del delantal.

—Supongo que con la segunda. Estaba pensando… todo este discurso de que “el trabajo dignifica” y que hay que ganarse el pan con el sudor de la frente. ¿Quién instaló eso como verdad incuestionable?

—El mismo sistema que necesita que creas que ser explotado es una virtud. El relato del “trabajador honesto” es la versión moderna del esclavo feliz. Pero antes de eso… ¿sabés por qué se celebra el Día del Trabajador hoy?

—Por los mártires de Chicago, ¿no? En 1886. La huelga por las ocho horas.

—Exacto. Cuatro muertos en la horca, criminalizados por pedir algo tan ridículamente básico como que el día tuviera un tercio de trabajo, un tercio de descanso y un tercio de vida. Lo curioso es que la reivindicación que nació como un límite al abuso, se transformó con el tiempo en un dogma: trabajar muchas horas pasó a ser señal de “buena persona”.

—Y el que no quiere entrar en esa lógica es un “vago”.

—Un “parásito”, “planero”, “antisocial”. El que no trabaja según los estándares del mercado es sospechoso. Da igual si sos artista, si vivís con poco, si cuidás a tus hijos, si ayudás a tu comunidad. Si no generás plata para otro, sos una amenaza simbólica. Por eso se inventó la figura del vago como enemigo moral.

—¿Entonces no es que el trabajo dignifica?

—Algunos trabajos sí, otros esclavizan. Lo que dignifica es el sentido que uno le encuentra a lo que hace. Pero si te pasás la vida contando horas para cumplir objetivos ajenos, no hay dignidad, hay domesticación. El sistema te mide por productividad, no por ética ni por amor al prójimo.

—Pero uno no puede vivir sin trabajar…

—No, pero se puede trabajar sin rendirle culto al trabajo. Se puede vivir sin que tu valor personal dependa de cuántas horas vendés. Y se puede dejar de romantizar el sacrificio como si fuera una virtud. Porque hay gente que se rompe el lomo y sigue siendo pobre, y no por falta de mérito.

—¿Entonces qué celebramos hoy?

—La semilla de una rebeldía. Aunque hoy esté casi vacía de contenido, el Primero de Mayo recuerda que hubo quienes se jugaron la vida por decir basta. Y eso siempre es digno de celebrar. Aunque sea mientras cebás otro mate y no hacés nada más que pensar.

Me reí bajito. Daria guiñó un ojo y volvió al libro que tenía en las manos. En la tapa decía “El derecho a la pereza”, de Paul Lafargue.


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