La lluvia no caía, pero el aire estaba pesado y el cielo cubierto y plomizo. Como si el cielo mismo supiera que había cosas que no podían decirse con palabras. El lugar ya era familiar, pero algo estaba desajustado, como si los decorados hubieran sido rotados durante la noche. Daria me esperaba frente a un mural de pantallas donde los rostros del poder pasaban como diapositivas frenéticas.
Nuestros atuendos lucían como mínimo… particulares. Tuve que reprimir una carcajada al verme reflejado en un espejo. Ella no dijo nada, aunque su sonrisa era pura picardía. Me señaló un rincón donde colgaban dos retratos, enmarcados con cinta adhesiva negra.
—Se están bajando del escenario —murmuró sin saludar.
—¿Quiénes?
—Los actores principales de esta farsa global. Francisco. Schwab. Y algunos más que vendrán después.
—¿Muertes reales o simbólicas?
—Ambas. Una desaparición física. Otra política. Pero lo importante no es cómo se fueron. Sino cuándo.
Me acerqué al tablero. Una imagen del Papa recién “reaparecido” tras varios días de misterio. Otra, de Klaus Schwab saludando con la sonrisa vacía del que sabe que su legado pende de un hilo. Algo me picaba en la nuca. Sospeché que sería la etiqueta de la ominosa e incómoda sotana.
—¿Qué ves en la cara del Papa? —preguntó.
—No sabría decirlo con certeza, pero es el conjunto. Se lo ve distinto, las orejas, la frente. Como si le hubiesen pulido los rasgos…
—¿O como si no fuera el mismo?
Me callé. No quería decirlo, ese era su trabajo. Pero lo venía rumiando desde hacía rato.
—Hay gente comparando fotos. Las orejas, los lóbulos, la línea mandibular, las venas de las manos… Hay diferencias. Sutiles, pero reales. Lo suficiente para que el que sabe mirar, dude. Y el que no… simplemente diga “estaba cansado”.
—Y justo después de Semana Santa…
—El momento simbólicamente perfecto. El fin del relato del redentor, y el inicio del interregno. Cuando no hay pastor, el rebaño queda suelto. O eso quieren que parezca.
—¿Y Schwab?
—Se despide justo después. Con una carta que no dice mucho, pero lo suficiente para que se entienda que el gran arquitecto del “Gran Reinicio” ya no puede seguir firmando los planos.
—¿Creés que lo echan?
—Lo reemplazan. Lo jubilan. O lo sacrifican. Pero el show debe continuar. Al WEF lo van a “rejuvenecer”, lo van a lavar la cara, pero no las intenciones.
—¿Y qué ganan con todo esto?
—Tiempo. Confusión. Transición. Estos no son retiros por enfermedad o edad. Son movimientos de tablero. Cambios de piel. Como las serpientes. Se despojan del disfraz que ya no funciona.
—Y el público lo aplaude.
—Claro. Porque nadie quiere pensar que el Papa pueda ser suplantado. O que el foro que define tu futuro no se someta al voto de nadie. Preferimos creer que se trata de ciclos naturales, de relevos razonables… no de operaciones estratégicas.
—¿Y vos qué ves?
—Veo el cierre de una narrativa. El Papa argentino. El papa “progresista”, el que hablaba de abrazos y vacunas. Ya no lo necesitan. Ahora viene otra fase. Tal vez más dura. Más vertical. Más técnica. Más… “transhumanista”.
—¿Y Schwab?
—Ya dijo lo que tenía que decir. “No tendrás nada y serás feliz”. No hacía falta más. Ahora dejan que la frase flote y trabaje sola, como una bomba de retardo.
—¿Y cómo se responde a eso?
—No creyendo todo, pero tampoco negando todo. Mirando con atención. Y sabiendo que cuando dos piezas tan grandes se caen juntas… o se están hundiendo, o están tapando algo más profundo que viene detrás.
El tablero de corcho se encendió por unos segundos. Una línea conectó las fotos del Papa y Schwab con otras figuras: Bill Gates. Christine Lagarde. Elon Musk. Greta. Todos con el rostro ligeramente difuso, como si se estuvieran borrando solos.
—Me recuerdan a la foto de “Volver al futuro” en el que desaparecía Marty McFly…
—Es un cambio de época, Henry. Lo estás viviendo y escribiendo mientras pasa. Así que no tengas miedo de incomodar. Porque cuando los títeres caen… se empieza a ver quién mueve los hilos.
Se apagaron las pantallas. Me quedé en la penumbra mientras veía como Daría se metía en una puerta secretade la biblioteca, sin hacer el menor ruido. Afuera, el murmullo de un mundo que seguía girando como si nada hubiera pasado. Pero ya sabía que algo se había corrido.
Y como todo buen final que se respeta, este también dejó la sensación de que… la secuela ya está escrita.