¿Por qué somos tan propensos a creer en ciertas ficciones deportivas y cuestionar la copa del mundo? ¿Messi tiene la culpa?
Cuando era chico, se emitía un programa al que varios recordaran con una sonrisa, en el que existía un torneo de lucha (como una especie de “Mortal Kombat” vernáculo) en el que varios peleadores disfrazados se disputaban un título de campeón mundial. Entre ellos estaban la momia blanca, la momia negra, el caballero rojo, Gengis Khan, D’artagnan, El ejecutivo, Mister Moto y por supuesto el gran campeón, Martín Karadagian.
Era una ficción consensuada en el que el espectador, sin importar su edad, asumía el rol de cómplice. La excepción quizás fuesen los niños más pequeños que creían que era realidad lo que sucedía en el ring, pero eso duraba poco y luego de crecer, seguirían disfrutando desde otro lugar.
Más acá en el tiempo, existiría “Lucha fuerte”, que sin ser tan estrafalario, respondería a los mismos códigos y generaría un fanatismo similar. En el exterior, desde hace muchos años, existe un esquema de torneos de luchas ficcionadas que tienen sus propias ligas y campeones (WWE o algo así). En ellas, por lo general, por más que haya un guion, los campeones y máximos villanos se van eligiendo gracias a las preferencias del público.
Si se aplaude o abuchea al máximo, el destino de ese luchador estará sellado. De hecho hay una película reciente. “Peleando en familia” con Nick Frost, Florence Pugh y Dwayne Johnson (The Rock) entre otros, que plantea el funcionamiento de este tipo de entretenimiento, y está basada en hechos reales.
¿Qué quiero decir con esto? Que los seres humanos tenemos la característica de disfrutar y emocionarnos con ficciones, a conciencia de que lo son. Como decía ayer un amigo, “me emocioné cuando Rocky venció a Drago en el ring, ¿cómo no voy a festejar que ganamos la copa del mundo?”
Pero como siempre, tampoco es que todo lo que tenga que ver con el deporte sea totalmente ficcionado. Se requerirían acciones mucho más precisas y dejarían de funcionar, entre otras cosas, los sistemas de apuestas que mueven gigantescas masas de dinero. Porque, seamos honestos, tampoco nadie apostaba a quien ganaría en Titanes en el Ring, como tampoco lo hacen en otros torneos de ficción, o como tampoco se apuesta por el final de una película de Rocky. Nuestra entrega siempre tiene un límite, y pasa por lo emocional.
Ahora, yendo a los mundiales, o torneos de fútbol en general, ¿es verdad que puedan estar amañados más allá de su funcionalidad al servicio del “circo romano” contemporáneo para manejar masas? Obviamente que sí, y en la historia hubo varios escándalos referidos a eso. Específicamente en la historia de la copa del mundo.
Muchos sostienen que el mundial de 1978 en el que Argentina gano su primera copa del mundo, fue comprado por el gobierno de turno.
¿Será cierto? Sinceramente, no lo sé ni lo descarto, pero a pesar de ser muy chico, a mis 8 años quedó en mis retinas cada épico gol de Mario Kempes y al día de hoy no podría entender que fuese una coreografía falsa, porque sería propia de los más increíbles coreógrafos que jamás hayan existido.
Como tampoco pudieron serlo las jugadas de Maradona, o las de Messi de la entrega actual. Es decir, podrán sobornarse árbitros, podrán manipularse los partidos para que se enfrenten los equipos que quieran. Incluso podrán motivar a un equipo para que juegue “para atrás”. Pero si existe una belleza en el deporte de competición, y en el fútbol precisamente, es que nadie sabe para donde va a ir a parar la pelota cuando se dirige al arco.
Un remate al ángulo, uno que pega con violencia en el poste, otro en la que el arquero la saca de adentro con una volada increíble, etc, etc, etc.
Pueden anularse goles, inventarse penales, influir con malos arbitrajes y afectar anímicamente a un rival, pero eso jamás podrá asegurar un resultado categórico. Apenas lograrán inclinar la balanza y convertir así al certamen, en algo más épico cuando existe lo necesario, como en una pelea entre David y Goliath. Sobre todo en la disputa que se produce entre países, como sucede en la copa del mundo.
Y si vamos al ceremonial, pueden revestir a sus “gladiadores” con tatuajes alusivos, hacerles fotos con símbolos inquietantes, ordenarles hacer gestos “confusos” para la mayoría, pero tremendamente cargados de símbolos nefastos para quienes lo sepan, o incluso, que declaren estar a favor de “agendas” que sabemos que van a ser un enorme problema para vivir en libertad en el futuro que se viene.
Nada es inocente, todo es parte de un gigantesco plan, no se pone en duda eso.
Podrán intentar, muchas veces con éxito, comprar sus almas y ofrendarlas en ritos que a la gran mayoría le son ajenos.
Podrán cobrárselas en tragedias que luego como espectadores intentaremos explicar como “la embriaguez del éxito y del poder”.
Pero nunca podrán garantizar que la pelota termine en el fondo del arco. Y con eso alcanza y sobra.
Lo digo como alguien muy poco interesado en el fútbol y en lo que implica, pero hoy contagiado de las emociones que genera. Intentando racionalizar lo que la pasión no deja. Y aun así, encuentro la lógica necesaria para saber que no todo puede comprarse, aunque se lo intente. Y también a sabiendas de que muchos hubiesen estado de acuerdo con que se lo haya hecho. Y esa clase de miseria humana, también nos pertenece y permite la manipulación, no lo olvidemos jamás.
Gente como Messi pagó un precio altísimo por llegar a ese nivel, pero eso no le quita ni un ápice de genialidad ni de talento ni de voluntad. El mundial lo hubiese ganado igual, porque no estuvo solo, hubo equipo, y a eso tampoco se lo puede negar. Ese grupo humano está más allá de cualquier conspiración, e inspira como ninguno, es un hecho indiscutible.
Aunque hoy cuestionemos al fútbol porque quedó en el foco central, esto sucede con cada star system en el rubro que sigan: música, cine, arte, etc., etc.
Pueden ser verdaderos genios los ejecutantes de cada obra, eso no se discute. Pero si está en el nivel más alto de popularidad, está pagando un precio con cada “gesto” que haga, es así por poco que nos guste.
Mientras tanto, o disfrutamos, nos quejamos o simplemente lo ignoramos, nosotros solo sabemos qué nos hace sentir mejor, todo sigue su curso, incluyendo cada vez que se disputa una copa del mundo.
por Henry Drae, en exclusiva para Entendeme ediciones