A menudo nos preguntamos cuál es el mejor momento para iniciar una relación.
Muchos coinciden que luego de una ruptura no es lo ideal, porque se suele trasladar toda la frustración de la pareja anterior a la nueva, y ciertamente la recién llegada no lo merece.
Tampoco lo mejor es seguir recetas, buscar con desesperación como si el conocer a alguien fuese un trámite y no lo más interesante e intenso del inicio de cualquier relación.
También existen esos corazones endurecidos que hace mucho que no aman y les resulta difícil abrirse. Ponen una barrera muchas veces disfrazada de “no quiero nada serio”, espantando quizás la posibilidad de tener la mejor y más duradera historia de amor que puedan imaginar.
Por eso el mejor estado para conocer a alguien es tener el corazón limpio.
¿Y cuál es?
Aquel que ha sido roto, una o mil veces pero que despacio ha sanado, pieza por pieza, a su ritmo.
Aquel que aprendió que conservar rencores y sentimientos de venganza solo evita que funcione a pleno.
Aquel que supo atesorar los mejores momentos de lo vivido para provocar una sonrisa, sin nostalgia pero con legítima alegría por un buen pasado al que no añora ni extraña.
Aquel que gracias a todo lo vivido, sabe darle espacio a la razón para que junto a las emociones, jueguen a reflejar la mejor versión de una persona lista para amar.
Un corazón limpio no es un corazón nuevo, sin uso, flamante. Tampoco uno vacío, sino aquel cuyo dueño finalmente ha aprendido a utilizar.