Creíste que algo habías hecho mal, una o mil cosas en tu vida y que por eso debías pagar. Que era normal que vivas excusándote, pidiendo perdón por cada paso que das, y agradeciendo cada gesto cordial que recibís.
Viviste y vivis por los demás. Ayudando, preocupándote, asistiendo, pensando en todos antes que en vos misma. No te podés dormir si alguien de tu familia, un ser querido o alguien a quien acabas de conocer, tiene un problema por el que se te ocurre pudiste hacer algo.
Cualquiera diría que naciste para eso, que sos así porque tal vez la vida no te golpeó lo suficiente para que te resientas. Que fueron buenos con vos y estás devolviendo.
Pero la realidad es otra muy diferente. Las pasaste muy feas. Te trataron muy mal. No pensaron en vos, ni en evitar hacer cosas que te lastimaran o te degradaran.
Te hicieron daño, una y otra vez. Te invisibilizaron, o peor aún, te hicieron visible cuando necesitaban descargar su furia en vos.
¿Y vos qué hiciste?
Transfornaste cada gesto. Cada piedra arrojada en flor, cada insulto en elogio, cada golpe en caricia, cada lágrima en sonrisa, y todo el odio en amor.
Eras la luz en la vida de muchos, pero nadie veía la sombra en tu interior.
Tampoco lo entendieron. Ni vieron como te blindaste.
No notaron lo sola que estabas, no porque te faltara compañía o pretendientes, sino por lo poco y nada que te dejabas amar.
Porque ¿quién te iba a querer o a tomar en serio a vos, si nunca nadie lo había hecho antes? Eso no podía pasar. Eso nunca te lo ibas a creer.
Hasta que un día sucedió.
Le abriste tu corazón a un extraño, a un recién llegado, a alguien por quien solo respondía tu intuición. Le dijiste que sentías cosas por él que nunca habías experimentado. Y acto seguido, agregaste que si no le sucedía lo mismo, estaba bien, como si estuvieses acostumbrada a que nada así te pudiera pasar. Y de que a pesar de quizás estar enamorándote, por vos alguien así jamás podría sentir.
Pero el extraño rio y te devolvió la mirada, el beso, la caricia y ese amor que tiraste rebotó con más fuerza, sin que tuvieras que hacer nada más que dejarte amar.
Y seguiste agradeciendo explícitamente cada gesto suyo, que no se parecía a los que te hubieran dado antes, cada muestra de afecto sincero, cada consideración que se te entregaba naturalmente. Agradeciste, pediste perdón, volviste a agradecer y como respuesta solo obtuviste más sonrisas y amor.
Porque el extraño jamás pensó que no lo merecieras, y por eso alguien lo envió a tu vida.
Ya era hora de corregir ese error.
Hoy sabés que es posible, hasta para vos. Hoy sabés que el amor es tanto premio como consecuencia, pero nada que responda a una condición.
Y podés amar tranquila, como lo hiciste siempre porque está en tu naturaleza, pero al mismo tiempo, aprendiste a dejar que alguien lo haga por vos.
![creíste que no lo merecías](https://entendemeediciones.com/wp-content/uploads/2022/09/Creiste-que-no-lo-merecias.png)