Ella sonrió y se puso un poco nerviosa mientras se le ocurrían mil respuestas.
Mil de las cuales la mayoría se sabía de memoria, pero no porque estuviese convencida sobre lo que podía decir cuando le preguntaban sobre cuál es tu belleza. Además, estaban clasificadas, ¿a qué tipo de belleza se referiría? Porque si era a la actitud, sabía que tenía una sonrisa hermosa, abierta, franca, sin falsedad. O la mirada, siempre chispeante, transparente, con entrada directa al alma.
Pero si hablaba de belleza física, estaba muy orgullosa de su sedoso pelo largo y lacio, de los cuidados que le prodigaba para que llamen la atención. O de sus piernas, larguísimas, kilométricas, inalcanzables, pero a la vez flexibles y dispuestas a marchar a donde se viva mejor. Del resto de su cuerpo no le gustaba hablar, pero solo para no caer en algún retruque o chiste de mal gusto. Sabía que estaba bien y punto. Y tampoco tenía por qué estar describiendo lo evidente.
Además, estaban sus habilidades, porque esas piernas se formaron gracias a horas de baile, de ejercicios de destreza que las embellecieron por puro reflejo anatómico. También se creía inteligente, sin pedantería, solo porque consideraba que podía aprender de cada persona con quien tuviese un intercambio, y llevaba mucho tiempo haciéndolo, sin confrontar para imponer su criterio por una cuestión de ego.
Por último pensó en la belleza más profunda, la que podía convertirla en buena persona, en una promedio, o alguien con más miserias que luces.
Le gustaba verse como alguien que no practicaba el egoísmo y, por lo contrario, se mostraba sensible y generosa como primer impulso, pero se ruborizaba solo al tener que hacer esa defensa de sí misma.
Se percató de que hacía varios minutos que estaba sin decir palabra, escudriñando su mente para encontrar la mejor respuesta, o para hacer una repregunta clarificadora. Su inquisidor, un extraño que se atrevió a tamaña actitud, seguía esperando sonriente, mientras la miraba con atención.
—No pienses más, ya me respondiste cuál es tu belleza.
—¿Perdón? Estoy confundida.
—Era una pregunta algo capciosa. Antes que nada te pido perdón por hacerla. Mucha gente responde por reflejo, y lo hace con automatismo, hablando de alguna característica personal, que por lo general es bastante evidente, así que termina redundando.
—¿Y entonces?
—Pero vos me diste un desfile. Esos ojos mostraron al detalle tus dudas y certezas, tus motivos para sentirte bella y los que lo ponen en duda desde tu percepción. Hubiese sido lindo grabarte y que luego vos también pudieras disfrutar de ese paseo tan revelador.
Ella se puso colorada, como si no fuera consciente de que le hablaran metafóricamente y hubiese estado expuesta todo el tiempo.
—No te avergüences, fue hermoso. Además, no suelo ir preguntando esto a todo el mundo, solo vi el gatillo y lo presioné, donde noté que tenía pólvora.
—No es el mejor ejemplo, odio las armas.
—¿Ves? No mostraste todo en ese paseo en tu mirada, después de todo.
—¿Y me vas a intentar exprimir hasta que lo veas?
—No, al contrario, quizás pueda ofrecerte mi propio tour. Esa transparencia que tenés va en ambos sentidos, y estoy seguro de que podés identificar un alma buena cuando la tenés enfrente.
Ella sonrió de nuevo, pero esta vez con algo de amargura.
—No creo que funcione así, ya lo he comprobado.
—Muy sensato es que pienses así. Con tu permiso, me marcho. Gracias por el hermoso regalo.
—¿De verdad te vas? ¿No vas a invitarme a salir, o tomar algo para verificar lo que viste?
—No me gustan los clichés. Y tampoco me gusta romper la magia de algo que salió tan espontáneo y perfecto.
—¿Y si te invitara yo? ¿Igual sería un cliché?
—No. Sería un milagro. Uno detrás de otro, ¿cuántas posibilidades hay?
—Muchas, porque sé dar una oportunidad antes de que sea tarde. Y esa, respondiendo tu pregunta al fin, es mi real belleza.
“¿Cuál es tu belleza?” pertenece a la antología “Líneas Huérfanas”
Ilustración “tu belleza” de Henry Drae