Una lágrima puede ser el aviso más sincero de algo que está por estallar
Una lágrima suele brotar luego de que un par de ojos vacíos rompe en frágiles cristales.
Y cuando suman más de una, surcan áridas mejillas que pocas veces las han recibido.
Terminan en el mar de una boca que anhela dulzura y no el gusto amargo del sufrimiento y la frustración.
Sea una sola lágrima o muchas, son el fruto de años de angustia contenida, de evitar mostrar debilidad o flaqueza para que sus protegidos emocionales se sintieran a salvo.
Pero hoy nadie las retiene: el momento de sosiego ayuda como nada a liberarlas.
Y entonces fluyen cada vez más fuerte, con total dominio y libertad. Rompen el silencio provocando sollozos, nublan una vista que, sin embargo, se aclara más que nunca. Porque lo que siempre estuvo enterrado bajo toneladas de escombros, explota y emerge con violencia en cada gota de agua salada.
Y entonces me pregunto ¿cuánto pesa cada una de esas lágrimas?
Lo que pesa una vida, provocando con su aparición, el alivio de entender cuando hay que alivianarla, al dejar ir ese lastre de cristal.
De la antología “Líneas Huérfanas”