Inseparables

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Algunos vínculos pueden parecer inseparables, hasta que se revela su verdadera naturaleza.

Después de un largo momento en el que no podían para de reír por una broma estúpida, quedaron mirándose en silencio con la taza en la mano. Algo que rara vez se daba.

—¿Nunca se te ocurrió proponerme nada?

Él volvió a reír hasta que vio que la pregunta iba en serio.

—¿Nada como qué?
—No te hagas el tonto. Hace años que somos amigos a nivel que nos confundan con hermanos. Y ni siquiera eso, porque los hermanos se pelean y nosotros nos molestamos, pero no llegamos a estar enojados ni un día. Hablo de si no se te ocurrió que podíamos ser otra cosa.

Miró hacia arriba como recordando, pero exagerando el gesto.

—Usted se olvida que me tenía loco al principio, si mal no recuerdo lo primero que dije fue “te doy hasta que la de matemáticas nos apruebe en la primera fecha”.
—Si, tenés razón, pero con eso arrancamos a ser amigos y no se habló más del tema. La verdad, creí que si hubiese sido cierto, hubieras insistido, pero nunca más lo intentaste.
—Ya sabés como soy con el temita del rechazo, me viste sufrir bastante.

—Bueno, si, en eso estamos parejos. Vos también me bancaste siendo intensa. Por eso me preguntaba ahora ¿por qué nunca…?
—La arruinaríamos. Pensá que por más que tengamos un lindo grupo de amigos, los que se bancan a muerte más que ninguno somos nosotros. Llegamos a tener algo y se corta, ¿a quién vamos a ir a pedir consuelo?

—Sí, está bien que vos pensás siempre en las consecuencias más que yo, pero igual no dejo de imaginar…
—Y ojo, que de verdad de entrada te daba y me gustaba todo de vos. Ahora es como que me acostumbré mucho a verte, es como que ese ánimo desapareció porque te veo más seguido que si fueses mi novia.

Cuando pasan un par de días y no te veo te extraño, y te consta que te llamo o mensajeo aunque para agarrar el cel sea durísimo, pero es como que lo necesito, y sé que no me voy a exponer a que parezca que te quiero más que vos a mí o esas cosas que pasan en cualquier pareja.

—Uff, pensás en todo. Sos insoportable.
—Obvio, y vos que te mandás al frente sin pensar en nada.
—¡Pero así es la vida, loquito! ¿De verdad que nunca fantaseaste con un beso entre nosotros aunque sea? ¿Te acordás de esa vez que estábamos viendo una peli en tu sillón y me recosté en tus piernas. Comenzaste a masajearme la espalda. No solo me encantó sino que sentí cómo te cambió la respiración. Te excitaste mal. Estaba esperando que me beses en cualquier momento.

—Cortala, Vane, en serio.
—Somos amigos, deberíamos poder hablar de todo, ¿o no?
—Es que estás pisando terreno peligroso. Justo el que puede hacer que se vaya todo al diablo.
—Si, pero no me lo puedo callar más. Siempre me pareciste un pibe lindo, simpático, gracioso. Y después te hiciste mi amigo del alma y te quiero horrores, ¿te das cuenta de la oportunidad que es esa para tener a alguien que te acompañe toda tu vida? ¿Sabés cuánta gente se la pasa probando muñecos sin esa suerte?

—Perfecto, yo no tengo que decirte lo que ya sabés, ahora vamos, nos pegamos una curtida, comenzamos a salir, va todo genial, hasta que en algún momento, chau, se acabó. Puede ser por cualquier cosa, pero el riesgo es grande. Y nos quedamos sin esto y sin pareja, ¿o crees que nos la vamos a poder bancar como si no hubiese pasado nada?
—Pero si no lo intentamos ¡jamás lo vamos a saber!

Básicamente, me estás diciendo que no crees en la amistad entre hombres y mujeres sin que vaya más allá.
—Nada que ver, me estás cambiando de tema. No te pongas infumable con planteos filosóficos, hablo de vos y de mí.

Él subió la mirada para verla hablar, que antes sostenía en su café o en sus manos, también inquietas y nerviosas. El sol que entraba por la ventana del bar bañaba esos rulos hermosos que ella pasaba horas acomodando inútilmente y encendía la chispa en los ojos que hablaban más que la boca.

Habían subido el tono de voz en la discusión, pero a esa hora había poca gente y los mozos estaban en la suya. Vanesa seguía hablando con seriedad, pero él no podía dejar de mirarla con ternura. Esos momentos en los que se ponía combativa lo enamoraban más que ningún otro. Por primera vez fue consciente de lo que sentía sin reprimirse, y no se lo podía callar.

—Te quiero. Te quiero de todas las maneras posibles. Con vos voy a donde sea, cambio de vida, de ciudad, de ambiente. No me imagino sin vos. Y sí, fantaseo con tener con vos el mejor sexo de mi vida, de besarte hasta que no podamos respirar más, de no dejar lugar sin que hayamos hecho el amor en la ciudad, de ir de la mano por la calle todo el tiempo, de todas esas cosas cursis que hacen los tortolitos como para que el mundo se entere de que están juntos y enamorados.

Pero no quiero que se termine, le tengo terror a eso. Te quiero demasiado y prefiero tenerte al lado mío por el resto de mi vida sabiendo que me puedo apoyar en tu hombro pase lo que pase. Y no te digo que no me va a doler que conozcas a alguien, de hecho me mata cada vez que salís con algún chico, pero aprendí a manejarlo, y hasta de alegrarme al verte bien.

Es lo que siento, casi desde siempre. Y es como que tampoco me sirve saber si te pasa lo mismo, porque significaría el doble de posibilidades de que arruinemos todo. ¿Me entendés? Yo sé que puedo sonar demasiado calculador, pero… me conociste así.

Vane se quedó paralizada. No porque no sospechara cada cosa que acababa de salir de la boca de Luis, sino por esa determinación a renunciar a la experiencia de un amor tan puro por miedo.

—Sos un cobarde.
—Puede ser. No me importa que pienses eso. De hecho si te sirve para dejar de idealizarme, mejor.
—¿Y te parece que eso no impediría que quiera seguir siendo tu amiga? ¿O pensás que no hay diferencia de valores que no terminan con eso también?
—No te estoy haciendo nada malo. Al contrario.
—Me estás matando de amor, estúpido. No se me ocurre peor cosa que esa.

Levantó sus cosas y se fue casi corriendo del bar. Luis hundió su cabeza entre sus brazos y soltó algunas lágrimas. Por supuesto que era demasiado calculador, pero hasta eso había previsto porque conocía muy bien a su “amiga”, a la que aparentemente, había perdido de todas las formas posibles.

—¿Te puedo traer algo más?

Levantó la mirada y vio a la camarera que parecía un tanto preocupada.

—Disculpame, es que acabo de perder a un ser querido.
—Lo lamento muchísimo. Si puedo ser de ayuda…
—No, no creo que puedas. Sobre todo si querés ser mi amiga.

Henry Drae

Inseparables integra la antología de relatos y textos breves “Colores que nunca combinan


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