las piedras

Las Piedras

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No todas las piedras son escollos en el camino.

Abrió la puerta y se encontró con la sonrisa más amplia y brillante que había visto en su vida. La chica era menuda, llevaba el cabello corto y sus ojos eran chispeantes como piedras preciosas. Pero lo más extraño, aunque le pareciera agradable, era la mirada. Ella lo observaba como si lo conociera de siempre, mientras que a él, apenas le parecía alguien familiar.
—Hola vecino. Me dejaron algo para vos —dijo mostrando una mochila negra, que también se le hizo conocida, pero no como algo que le perteneciera—. ¿Puedo pasar?
Marco se sintió desconcertado, pero al mismo tiempo sentía una curiosidad creciente. Ahora sabía que se trataba de la chica que vivía en la otra cuadra y a la que veía cada día de pasada cuando iba a su trabajo, por lo general limpiando su jardín o la vereda. Aunque seguía sin entender por qué ella tendría algo suyo.
—Si, claro, disculpame la demora, pero me sorprendiste. Adelante.

Ella entró decidida. Marco le ofreció café. Comenzaron a beberlo en silencio.

Antes de que la situación se tornara más incómoda, la chica comenzó a hablar.
—Soy Lara. Espero que me recuerdes a pesar de tu cara de sorpresa, porque yo te tenía presente aún antes de la llegada de…. —se interrumpió antes de tomar la mochila—, esto. Un hombre de unos setenta y pico de años, vestido de negro, de sombrero y con aire muy misterioso, me la dejó pidiendo que te la entregue. La verdad, debería haberle preguntado por qué no te la trajo directamente, o bien rechazarla. ¡Hasta podría haber sido una bomba! Por alguna razón que no termino de entender, se la acepté y solo asentí con la cabeza que te la daría, sin decir nada más hasta que desapareció.
—Bien, entiendo que te hayas sentido confiada, pero ¿qué tal si trajiste la “bomba” y me termina explotando a mí. O a los dos, en este momento.
Lara exhibió su sonrisa de dientes perfectos de nuevo, Marco comenzó a sentir la necesidad de hacer que el gesto se repita todas las veces que pudiera, le parecía hermosa.
—No te preocupes, no pude con mi curiosidad. La mochila está llena de piedras.
—¿Piedras? ¿Escombros? ¿qué tipo de broma…
—No, te mostraré. —abrió el cierre y le señaló el interior.

Las piedras parecían huevos, eran pulidas, brillantes, del tipo cántaro o guijarro, nada con bordes afilados o que parecieran restos.

—No entiendo.
—Pues, cuando te explique vas a entender menos. O más, al final de todo. Esto seguramente debe tener algo de lo que debas aprender. Porque me sirvió de mucho recibirlo, aunque el paquete no fuese para mí.
—Bien, por favor, decime todo lo que sepas, porque de verdad no entiendo nada. Creo que vi esa mochila en un negocio hace unos meses y me gustó mucho, pero no me decidí a comprarla, pensando en que viajo poco, o que cuando salgo lo hago a un destino cercano y no llevo muchas cosas, pero estoy seguro de que no es mía.
—Diste en el clavo. Las piedras simbolizan todas las decisiones que no tomaste en tu vida.
Marcó sonrió por primera vez con franqueza.
—Ahora entiendo todo, me querés vender un curso de coaching. Buen truco, la verdad, sos muy original.

Lara abrió la boca, sorprendida, pero luego pensó en la situación y no le pareció descabellada la acusación, así que lo acompaño con otra carcajada.

—¡No, tonto! Ni siquiera creo en el horóscopo. Mucho menos hago autoayuda. Si me prometés que no vas a asustarte, te muestro por qué estoy diciendo esto. ¿Estamos de acuerdo en que no nos conocíamos, verdad? Digo, más allá de vernos cuando pasas por la puerta de casa, a veces sin saludar.
—Si, claro. Adelante.
Lara metió la mano y tomó una piedra blanca. La apretó en su puño y cerró los ojos por unos segundos.
—Esta es de cuando no hiciste ese curso de paracaidismo. Te morías de ganas, pero tanta gente te dijo que estabas loco, que te podías matar, que no servía para nada, que al final, desististe.
Marco frunció el ceño, con algo de intriga.
—¿Cómo podés saber eso?
—No lo sé, me lo está diciendo la piedra. ¿Fue así o no?

Lo peor de lo que decía Lara, no era el hecho de saber del curso, que había pasado hacía no menos de diez o doce años, sino de saber exactamente el motivo por el cual no quiso tomarlo.

—Está bien, eso pasó, pero me dijiste que esas piedras significaban decisiones que no tomé. Sin embargo, decidí NO tomar ese curso.
—Error, la decisión no fue tuya. Dejaste que los demás la tomen por vos.
Marco se quedó pensativo. Lara dejó la piedra blanca sobre la mesa y tomó otra, un poco más grande, de color ámbar.
—Esta es de cuando no quisiste asociarte a ese amigo que te propuso un negocio de envases personalizados. No lo hiciste por no arriesgar lo poco que tenías para invertir. Y al final tu amigo lo hizo solo y hoy es líder en el rubro. Antes de que me preguntes, tampoco decidiste no hacerlo, hubo gente en tu familia, de hecho también tu pareja en ese momento, que te recomendaron no “cometer esa locura”.
—Me estás asustando —dijo Marco, pero Lara no se detuvo y tomó otra piedra más, esta vez pequeña y color negro azabache.
—Esta es de cuando no fuiste a ver a tu vecino enfermo, ese anciano tan adorable que te daba caramelos de chico y luego siguió con buenos consejos, cuando eras adolescente. Un día enfermó y la hija te pidió que pases a verlo cuando quieras, porque solo preguntaba por vos, a pesar de que desvariaba debido a un Alzheimer que se lo estaba llevando. Pero no fuiste. Esta vez nadie te dijo nada, pero la decisión tampoco fue tuya, sino del miedo en tu interior.

Marco se dejó caer en el sillón, realmente quería a ese viejo como a su propio abuelo, pero fue tan cobarde que no quiso verlo en ese estado. Y luego murió y no pudo perdonarse no ir a visitarlo antes de que ocurra.

—No entiendo cómo es que sabés todo eso.

—Te digo que no soy yo, son las piedras —respondió ella y tomó una piedra nueva.

—Esta es de cuando no quisiste invitar a tu compañera de 5.º año de secundaria a salir. Ella estaba loca por vos y a su vez, te encantaba. De hecho todo tu curso estaba pendiente de ustedes dos porque se hacía evidente. Pero eso, una vez más, la situación te jugó en contra porque no soportabas la idea de que estuviesen todos tan pendientes. Entonces te dedicaste a desmentirlo hasta el cansancio.

Al final, ella se ofendió de tu indiferencia y empezó a salir con un indeseable del otro curso. Te arrepentiste mucho de no haber hecho algo tan simple como invitarla a ir al cine o a tomar algo. Lo peor es que se terminó casando con ese tipo, que hasta le terminó provocando daño físico. Eso, no lo sabías, pero seguro que con vos le hubiese ido mejor. No te veo comportándote de esa manera.

—¿Cómo podés saber todo eso? Yo no… es más, eso no me consta, puede ser mentira.
—No te cierres, por favor, tomá esto como una oportunidad —siguió Lara, como poseída—. Esta es de cuando no quisiste dedicarte a cantar, algo que te sale muy bien, porque todos te elogiaban, pero nadie te animó a que lo hagas, y siempre le diste mucho peso a la opinión de los demás. —tomó un respiro y dejó de mirar a la piedra para verlo a los ojos—. ¿en serio cantás?

Me encantaría escucharte. Prometo que no te voy a juzgar.

—Esto ya parece una pesadilla. Te voy a pedir por favor que te vayas. No sé como es que sabés, o te dicen todo eso, pero no me está haciendo bien. Y llevate esas cosas… no las necesito.
—No, por favor, esto tiene que tener un sentido. No te lo quise proponer antes, pero, yo estoy viendo lo que te pasó, pero no sé qué puede pasar si vos tomás una de las piedras. El hombre que me las dio no dijo nada, pero, estoy segura de que pretendía que yo mire que había dentro, y haga lo que hice antes de traerlas. No entiendo el motivo, pero tiene que ser algo que te ayude.
—¿Qué me ayude? Ah, genial, ahora resulta que no me conocés, pero pensás que me sucede algo en lo que me podés ayudar. No, gracias.
— ¡Es que te conozco muy bien! Disculpame si desconfiás, es natural, pero cada una de estas piedras dice mucho de vos. Y no sabés lo que me gustaría tener a mí una bolsa llena de estas con mis propias decisiones, para que me recuerden las veces que no elegí por mí misma, ¿entendés? Es una oportunidad terrible. Y no podía ser tan egoísta de no traértela. No soy tu salvadora, ni quiero serlo. Solo soy una mensajera. Podría haber sido cualquiera, pero ese tipo me eligió a mí. No me culpes por eso, por favor.

Marco suspiró. Esa situación lo asustaba más que muchas situaciones por las que había pasado antes, y a las que había conseguido eludir, creía que con éxito.

Pero esto lucía tan surrealista, que no veía como salir de allí. Lara parecía encantadora, sincera, buena gente. Y tenía que admitir que además le gustaba, pero lo estaba presionando mucho.
—Bueno, no te culpo, pero decime, ¿qué querés que haga?
La chica le extendió la mochila.
—Tomá una piedra, sin miedo. Y que pase lo que sea que tenga que pasar.
Marco extendió la mano y tomó una sin mirar. La encerró con fuerza en su puño derecho y miró a los ojos a Lara. La vio discutiendo con su padre, muy fuerte. Luego vio como decidió no hablar con él por varios días. De hecho fueron meses. Fue por una estupidez, pero Lara solía ser orgullosa, lo sentía con mucha claridad. Hasta que un día lo asaltaron al salir de su trabajo, le dispararon con un arma de fuego y murió en el acto. Ella nunca pudo perdonarse no haberle dirigido la palabra por tanto tiempo, y mucho menos no decirle lo mucho que lo amaba.
—¿Y bien? —preguntó ella impaciente. Marcó dejó a un lado esa piedra y tomó otra. Una vez más apareció Lara. Esta vez anotándose en la facultad de medicina, solo porque era algo que su padre había querido, pero sin que en realidad fuese su vocación. Dejó de cursar luego de tres años, frustrada. Ella solo quería dedicarse a la fotografía y a la pintura.

Marco fue tomando varias piedras más. Todas hablaban de Lara.

Ninguna lo mostraba a él ni a ninguna de esas decisiones no tomadas.
—Son sobre vos. Todas ellas.
Lara se inquietó.
—¿Y no se te ocurrió decirme al menos lo que te decía una sola de las piedras? Me siento desnuda.
—Bienvenida al club.
—Pero yo no te oculté nada. Está bien, ya viste lo que hacen estas cosas. Probemos algo diferente. Tomemos una piedra, pero los dos al mismo tiempo.
Marco dudó, su temor se había transformado en un shot de adrenalina.
—No entiendo por qué nos tocó a nosotros.
—¿Y por qué no? ¿Y si cada uno de los vecinos de esta calle está recibiendo mochilas con piedras del hombre misterioso en este mismo instante? ¿Y si fuese en toda la ciudad, o en el mundo?
—¿Y si cuando los dos tocamos una piedra al mismo tiempo explota?
Lara resopló, impaciente.
—Sos tan espontáneo como las luces automáticas de un jardín. Dale, a la cuenta de tres.

Tomaron una piedra gris, que se amoldó a sus manos cerradas sobre ella. Sus dedos se cruzaron y sintieron como un cosquilleo que los recorría.

Sus mejillas se encendieron del rubor, porque en ese preciso instante, sus pensamientos se hicieron uno. Por unos diez o veinte segundos se miraron con intensidad, Una vida pasó por sus mentes. Sus corazones latieron con fuerza. Cuando se hizo casi insoportable, Lara se separó.
—Mejor me voy, ya es tarde.
—Pero, las piedras… parece que no son solo mías, sino que también tienen tu información.
—Yo ya vi lo que tenía que ver. Y me doy cuenta de que no sirven solo para que veamos nuestros propios errores o indecisiones, sino las de alguien a quien podamos ayudar. Y es eso lo que me llevó aquí. Quizás debas hacer lo mismo.
Lara se marchó dejando a Marco con mucho por pensar y por hacer con aquello. Tal vez debía hacer lo mismo y pasarle las piedras a un nuevo vecino como sugirió Lara, y de esa forma compensar algunas de sus cuentas pendientes con el pasado.

Él no lo sabía, pero era consciente de que de ninguna manera podía mantenerse indiferente.

En el momento en el que Lara salió de la casa de Marco, desde el bar de la esquina, el hombre de negro observaba. Se encontraba solo en la mesa contra la ventana, y a pesar de su semblante apacible, la impaciencia lo consumía. Bebió otro sorbo de café. Al bajar la taza, y sin que haya percibido ningún otro cambio, una mujer como de su edad, menuda, de pelo corto y plateado, se había materializado y estaba sentada a su lado.
—¿Funcionó? —preguntó ella con impaciencia.
—Claro que sí —respondió el hombre—, de lo contrario no estarías aquí conmigo.

Ella soltó una carcajada y dejó dibujada en su boca una sonrisa, que seguía siendo la más linda y luminosa que él había visto en su ahora extensa vida.

Henry Drae

De la antología de textos breves “Líneas Huérfanas”


Las Piedras

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