No siempre una Licencia poética significa lo que entendemos primero.
—Me retiro, nos vemos en unos días.
—¿Por qué en unos días? ¿Se toma vacaciones?
—Me voy a tomar una licencia poética.
—Bueno, lo escucho.
—No, digo que no me voy de vacaciones, me tomo unos días para escribir poesía.
—Ah, pero mire que bien, ¿Y hace cuanto que escribe?
—Nunca, por eso me tomo la licencia, para arrancar.
—Pero ¿usted sabe algo de eso? ¿Ha leído a los grandes poetas?
—¿Por qué? ¿Es excluyente?
—Bueno, excluyente no creo que sea, pero al menos debería saber de qué se trata.
—Pero usted me pide mucho, si tengo que saber de qué se trata cada poesía escrita, no termino más. ¿Cuándo empezaría a escribir?
—Hombre, hablaba de que se trata ese género literario en particular. Hagamos una cosa, pruebe conmigo, a ver como aprovecha esa licencia poética que se va a tomar.
—¿Usted dice que lea alguna poesía suya? No sabía que también escribía.
—Hablo de que intente recitarme alguna poesía improvisada. O al menos algo de lo que para usted sea poesía.
—Ahhh.
—Por ejemplo, ¿qué me dice del horizonte que apenas se percibe a través de la ventana de esta oficina? ¿Lo inspira en algo?
—Y, la verdad es que no inspiro nada, la ventana está cerrada.
—¿Y si prueba con el circo mejor? Se me hace que es mejor payaso que poeta.
—Está bien, déjeme pensar…
…
…
…
—Creo que para ser improvisado le lleva demasiado tiempo de elaboración. En algún lado debería haber reglas para descalificar eso.
—Ya lo tengo.
—Era hora, Ya ni recuerdo que le pedí.
—Que le diga una poesía.
—Ah, cierto. ¿Y bien?
“—No podría por aquel monte divisar el horizonte
Más sí me saca de quicio que me tape ese edificio
La naturaleza es sabia por lo cual dotó mi labia
Para expresar mi rencor al hombre depredador”
—Mire, no sé si realmente será usted alguna vez nominado al Pulitzer…
—Caramba, hombre, no pretendo tanto.
—No lo pretenda, hágame caso.
—Pero usted no tiene término medio, no es de elogio fácil, ¿verdad?
—Mis elogios no están guardados bajo llave, pero usted se apoya en la puerta y no los deja salir, francamente.
—En síntesis, no cree que yo sea buen poeta.
—No tengo por qué ser sintético, si quiere le hago un decálogo de razones.
—No hace falta, ya me siento inhibido.
—Inhibido… puede ser. Al menos nadie podrá quitarle todavía la licencia poética… si no la tiene.
—Pero me la iba a tomar.
—Por favor, no diga para qué la quiere.
—Está bien, usted gana, seré un poeta frustrado más.
—Amigo, no tiene que ser tan susceptible. Las críticas no deben amedrentarlo. ¿Quién le dice que yo tenga la razón o sepa algo de poesía como para criticarlo?
—Bueno… no lo sé, parece tan seguro en sus apreciaciones.
—Justamente, son solo apreciaciones que más que apreciar desprecian, y usted lo único que hace es darme la razón y descalificar su obra. No atinó ni siquiera a enojarse conmigo. Sea más vehemente al defender su trabajo. ¿Quiere que le diga lo que realmente pienso?
—Lo escucho.
—“Un poeta no es aquel
Que se mofa de un estilo
Que se enreda en las palabras
Que deja al lector en vilo
Un poeta no es aquel
Que impresiona señoritas
Con ocurrentes piropos
O que ordena las palabras
Como la nieve a sus copos
Un poeta es seguro
El que de sangre hace tinta
El que siente con la letra
Que donde esté él grabándola
Su alma también penetra”.
—Brillante. Me dejó mudo.
—Perfecto, así no podrá decir más por ahí que anda tomándose licencias poéticas. Mejor póngase a escribir primero, y luego tómese la licencia cuando sus hojas estén manchadas de esa sangre que le digo.
—Pero, ¿si uso tinta no será más higiénico?
—¿No le digo que debería haberse inclinado a hacer circo? Al parecer mudo no lo dejé, pero no me pida que le recite otra cosa para hacerlo desaparecer porque la inspiración será más que automática en ese caso.
—De acuerdo, me iré a impregnar las hojas de sangre hasta que se escurra mi alma por las venas.
—Me parece muy bien, pero por favor, escúrrala bien sino quiere terminar adornando las rimas que vienen dentro de los bombones.
—¿Usted dice que eso no es poesía?
—Yo no digo nada, pero el chocolate es poesía pura y es difícil competir. Puede terminar empalagando.
—Gracias por los consejos. Creo que si me dedico a eso, en lugar de pedir la licencia poética que pida debería ser dietética.
—Le desearía éxito, pero eso iría en detrimento de su obra posterior, al menos en vida.
—Mejor no me desee… la gente es mala y comenta.
—Ah, los prejuicios. No empiece con ellos también, porque se nos acaba el tiempo y usted debe disfrutar de su licencia. Dejémoslos para la próxima… para la próxima poesía si se anima.
de la antología “Nunca es suficiente queso”