no dejes que me duela

NO DEJES QUE ME DUELA

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Cuando los recuerdos se hagan insoportables, no dejes que me duela.

Y llegó el gran día en el que la solución a todos los problemas existenciales fue descubierta. Ya se había determinado que la felicidad futura, la armonía y el bienestar, de cara al futuro, de cada uno de nosotros, dependía de sus recuerdos, de las vivencias pasadas, de su memoria. Entonces, luego de un enorme proceso de prueba y error, se creó un método por el cual, todos podían pedir una memoria a medida que los liberara de traumas. O, por el contrario, que les incluya alguna experiencia traumática ligera. Como para generar una posible evolución en su comportamiento, porque también existía gente que hacía de ellos una motivación.

Había para recuerdos para todos los gustos. Equipos de especialistas trabajaban para satisfacer todas las demandas posibles, y creativos generaban más y más recuerdos jamás vividos para que todos tuviesen variedad y calidad, sin superposiciones incómodas.
Claro que para entonces, la Inteligencia Artificial era la vedette irremplazable. Capaz de abastecer al mundo entero de líneas de tiempo originales y vistosas. Pero siempre había clientes dispuestos a pedir que un equipo de guionistas se sentara en un brainstorming a componer su historia de modo artesanal, a la vieja usanza.

Entre muchas de las ventajas que tuvo este descubrimiento, fue la enorme caída de los niveles de criminalidad.

Un tiempo atrás se había desarrollado la manera de manipular una psiquis para que no evolucionara en una personalidad psicopática, y ahora se sumaba que todo trauma que pudiera potenciarlo, quedara enterrado en un mar de nuevos recuerdos, creando una personalidad totalmente optimizada.

Desaparecieron las inseguridades, los complejos de no haber vivido experiencias gloriosas, los anhelos de viajes, los comportamientos miserables y sobre todo el resentimiento que provenía del dolor que se negaba a cicatrizar. Incluso algo tan natural como la pérdida de seres queridos, era posible de compensar con la simple desaparición del mal momento.
Claro que se podía elegir, pero eran muy pocos, y cada vez menos, los que elegían mantener ese dolor tan humano, intacto.

Incluso hasta se podía dignificar algo como una cicatriz o herida obtenida de manera vergonzosa, cambiándola por una anécdota épica que la llenara de gloria. Como la historia de ese hombre que siendo poco más que adolescente, perdió su brazo intentando sacar medio cuerpo desde la ventanilla de un tren en movimiento. Una señal en el camino se lo cercenó sin advertencia y por poco pierde la vida.

Durante mucho tiempo su anécdota fue objeto de burla.

No podía dejar de pensarse en el resultado esperable y hasta justo de una imbecilidad, fruto de la imprudencia. Y ese muñón era el constante testigo de algo patético, se convirtió en una medalla de guerra cuando comenzaron a implantarse recuerdos y decidió ofrecerse como voluntario.

Ahora, cada vez que le preguntaban cómo había perdido su brazo, lo narraba con orgullo. Estando en el centro de la ciudad, en horario de mucho tráfico, salvó a una niña de ser atropellada. Se lanzó sin dudarlo sobre ella y logró evitar que sufriera el más mínimo daño.

Pero el auto que iba a gran velocidad pasó por encima de su propio brazo, con tanta mala suerte que hubo que amputarlo sin posibilidad de reconstrucción. El muchacho contaba su historia con los ojos cristalizados, como si recordara el dolor de manera muy vívida, y la gente lo escuchaba con atención y conmovidos con su actitud. Todo lo que implicaba esa historia era digno de ser recordado y homenajeado, ya nada quedaba de ese tonto accidente adolescente a bordo de un tren.

A veces también aparecían ciertos eventos que terminaban siendo paradójicos, o inevitables, demostrando una vez más la falibilidad del sistema.

El sujeto Adam B. era uno de esos casos. Llevaba años en prisión, condenado a muerte. Había secuestrado, violado y asesinado a una decena de mujeres, desde menores a señoras de mediana edad y a pesar de que la orden de ejecución llegaba año tras año, siempre era apelada por una organización de derechos humanos, que lograba su aplazamiento. Ahora Adam se disponía a ser parte de un experimento de supresión e implantación de recuerdos, que presuntamente lo convertirían en un hombre con un pasado intachable.

Una parte de la sociedad consideraba esto como una real aberración, una falta de respeto para las víctimas y sus familiares, y la ausencia total de una justicia que pudiera impartir castigo ejemplificador a los responsables de crímenes tan brutales. Pero las leyes, votadas en el parlamento, habían sido modificadas para exculpar a todo aquel que se sometiera al nuevo tratamiento y pudiera borrar su pasado. No habría delito que castigar, y, por el contrario, de esta manera podía integrarse cualquier ciudadano perdido a la nueva sociedad.

El Dr. Peters sería el encargado de aplicar la técnica. Un secreto inquietante se escondía en su propio pasado.

Peters había perdido una hija a manos de un asesino tiempo atrás, y se negó, en pleno derecho, a ser tratado por el centro en el que trabajaba para eliminar esos tortuosos recuerdos. Claro que no había sido Adam el asesino de su hija, pero le resultaba imposible no asociar a ese perverso que le arrebató a su niña, muerto en un tiroteo con la policía, a este nuevo “ciudadano” al que se intentaba recuperar.

El supervisor de Peters, el Dr., Miller, conocía la historia de su colega, pero aprobó que fuese él mismo quien se encargara, luego de evaluarlo psicológicamente y considerarlo apto.

El tratamiento consistía en la aplicación de tres inoculaciones y luego la inducción de ondas electromagnética, que completaban el trabajo de estimulación de las nanopartículas inoculadas. Todo debía hacerse en el lapso de una semana y en un ambiente hermético y aislado.

Al tratarse de un recluso, el alta se daría solo para que regrese al pabellón, y la libertad, por el momento, no estaba en discusión.

Únicamente la amnistía a su condena de muerte, si daba resultado.
La línea de tiempo que se le había programado incluía el haber sido criado en el seno de una familia amorosa y tradicional, con pocos conflictos, muchos amigos y amigas leales, relaciones con pocas o ninguna complicación, sanas y duraderas, y varios actos a los que podía calificarse también de “heroicos” que reforzaran sus valores. Esta línea había sido probada, con sus variantes, en otras personas acusadas de crímenes horrendos, dando resultados admirables.

El día de la primera aplicación, Adam tenía un humor desenfadado, bromeaba con todos y miraba al personal femenino de forma muy lasciva. Susurró un par de comentarios al estilo “¿Puedo divertirme un rato como último deseo, antes de convertirme en Jesús?” que lograban inquietar a las mujeres. El Dr. Peters apenas alcanzaba a disimular su rechazo, pidiéndole algo de compostura y respeto.
Durante la mayor parte del tratamiento, el paciente debía permanecer dormido, única manera de que los viejos recuerdos no siguieran sobreescribiéndose en el avance de los nuevos. Peters se encargó de que casi no hubiese períodos en los que el paciente estuviese despierto, para asegurar el éxito.

A la semana, luego de la sesión de ondas electromagnéticas, Adam despertó confundido, sin saber realmente quién era. Las primeras horas podían presentar algo de amnesia en el re-acomodamiento, así que no dejaba de ser normal.
Pero al retirarse del estudio, apenas antes de que pudiera ser siquiera evaluado en su nueva personalidad, el ex asesino se había cortado las venas de su muñeca izquierda en el baño de su habitación.

Su deceso fue comprobado a las pocas horas, sin nada que pudiera hacerse ya.

No hubo mayores repercusiones, estaba previsto que cada tanto se produjera algún fallo y simplemente, las cosas se iban de control, Manipular la mente seguía siendo un riesgo enorme y todas estas técnicas seguían estando en fase de prueba y evolución. Ni Peters ni nadie de su equipo fue acusado bajo ningún cargo y todos siguieron con su tarea.
Dos meses después, el Dr. Miller llamó a Peters a su oficina.

—Siéntate, Peters, quiero que sepas que esta charla es absolutamente extra oficial, y pretendo que me digas la verdad. Una verdad, que te anticipo que ya conozco, por lo que te estoy dando doble chance de que la expongas y no trates de engañarme en vano.

Peters quedó inmóvil, con la boca semi abierta sin poder hablar. Finalmente, accedió a tomar asiento frente a su supervisor.

—Sé que no implantaste en Adam los recuerdos programados. Colocaste una selección especial que tú mismo preparaste, con una historia llena de abusos, maltratos, violaciones y torturas. Un guion que hubiese provocado un intento de suicidio tras otro en cualquier otra alma atormentada.
—No sé de qué hablas, los archivos…
—Los archivos fueron manipulados como tú sabes hacerlo. Nadie más que yo tiene acceso o intervención en lo que haces, por lo que no es posible que interrogue a nadie más que te pueda contradecir. Incluso sabes programar variables para que esta memoria que has inoculado en lugar de la programada, sea irrastreable.
—¿Me estás acusando de haber inducido la muerte del sujeto?
—No, no es una acusación, solo te estoy comunicando que lo sé. Sabría que lo negarías, no te preocupes. También eres predecible.

Peters sonrió con amargura.

—No puedes decirme eso, me conoces, sabes por lo que he pasado. Incluso pudiste haberme desplazado si tenías la duda. No sé por qué no lo impediste, ¿será porque confiabas en el criterio de una mente con los recuerdos intactos como la mía? ¿Será porque sabes que el dolor inconsolable sigue sirviendo para lograr algo de justicia?

—Muchacho, tienes razón en una cosa, pero te equivocas en otra.
—Ilumíname.
—Tus recuerdos… no están intactos, ni son lo que crees.
—¿Qué estupidez estás diciendo?
—Algo que no debería parecerte extraño, si lo piensas. Un centenar de pacientes han pasado por tus manos, y ninguno de ellos, salvo este último que no pudo soportarlo, desconfía de lo que cree que sabe de su pasado. ¿Por qué piensas que eres inmune a vivir una vida llena de experiencias que parecen reales cuando, en cambio, son una completa mentira? Has caído en tu propia trampa. Lo cual también habla de lo efectivo del método que utilizamos. Por cierto, tienes que sentirte aliviado: nunca tuviste una hija que haya sido violada ni asesinada. Ni siquiera tuviste hijos. Sin embargo, para que te quedes tranquilo, todo, excepto ese detalle de lo que recuerdas de tu vida, es real.

Peters estaba desencajado, tomaba los apoyabrazos de su sillón con fuerza, su corazón se había acelerado y sudaba como nunca.

—Pero lo mejor viene ahora. Yo te puse en esa situación. Y por eso coincido en que tienes razón, esa escoria merecía justicia real, no una amnistía en su cabeza. A veces pienso en la clase de balance que estamos logrando cuando todas esas monstruosidades simplemente quedan en el olvido. Me parece tan injusto como a ti, y hubiese hecho exactamente lo mismo en tu lugar.
—Y si creías eso, ¿por qué me usaste de esa manera? ¿Por qué simplemente no te hiciste cargo en lugar de jugar con mi cabeza?
—Las miradas siempre están sobre mí, muchacho. ¿Qué crees que hubiese dicho el alcalde si el mismo director de este centro se pone al frente de uno de los casos más difundidos y falla miserablemente? Mi cabeza hubiese rodado, como no lo hará la tuya. Estás a salvo.

“¿Y por qué decírmelo entonces? ¿Cuál es el sentido de torturarme así?

—¿Se trata de un retorcido sentimiento de culpa que te obliga a ser sincero, ahora?
—Sin dudas tengo culpa, pero también la responsabilidad de saber que te estoy enseñando algo. Estamos jugando con fuego, a ser dioses, y debemos controlarnos de alguna manera entre nosotros, para no terminar devorados por lo que nos supera.
—Sigo pensando que no debiste usarme así. Si tenemos el mismo criterio…
—Te equivocas. Antes de que te implantara el recuerdo de tu hija asesinada, no creo que hubieses convenido conmigo en hacer lo que has hecho.
—Entonces jugaste conmigo, llenándome de mentiras, de hechos que nunca sucedieron.
—Te equivocas otra vez, hubo una chica violada y asesinada tal y como la recuerdas, pero no fue tu hija, sino la mía.

El Dr. Peters se retiró en silencio, viendo como brillaban de humedad los ojos de su supervisor al revelar su propia verdad. Intentó estar aliviado al saber que la tragedia que vivía en ese terrible recuerdo no era cierta, pero tampoco pudo porque aceptarlo no era tan fácil. La desconfianza se había instalado en su conciencia y ya no podía dejar de sentir paranoia. De pronto tuvo la sensación de que nada de lo que recordaba podía ser cierto y sintió un enorme escalofrío.
Necesitaba urgente un tratamiento. Alguien a quien pedirle de una vez por todas: “no dejes que me duela”.

Henry Drae

De la antología de relatos breves “Líneas Huérfanas”


NO DEJES QUE ME DUELA

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