La orden, porque aquello no podía pasar nunca por un pedido o una sugerencia, fue dicha en forma clara pero sin levantar la voz, ni en tono agresivo. Sin embargo, la cara de ella reflejó el más puro asombro.
—¿Qué dijiste?
Él tomó un sorbo más de café. Aún no habían hecho el llamado para el último check-in y tenían unos minutos. Eso le permitió madurar un poco sus palabras.
—Nada. Olvidate de lo que acabás de escuchar.
—No, no. Ahora no puedo. Creí que lo habiamos hablado hasta el cansancio. Recordá que al principio yo no quería viajar…
—Lo sé perfectamente. Y yo no hubiese permitido que te quedaras con esa espina de renunciar a una oportunidad como la que se te está dando. No me lo hubiese perdonado jamás.
—¿Entonces?
—Pero tenía atravesado eso. Lo tenía que soltar, porque me quemaba. Es egoísmo puro, lo sé, pero una parte de mi se muere con tu partida.
—Pero son sólo tres o cuatro meses.
—También lo sé, lo hablamos. Y esos fueron mis argumentos. No te preocupes, sigo pensando lo mismo, no me arrepentí. Es solo que si no te lo decía, era como si me diera lo mismo que te fueras. Y nada más alejado de la realidad. Quise mantener la apariencia de que estaba entero, pero la verdad es que siento que me vas a hacer mucha falta.
Ella lo abrazó con mucha energía, como temiendo que se fuese a desarmar. Sus ojos se humedecieron.
—Te estuviste haciendo el fuerte. Y mirate ahora.
—No es justo. No quiero que te vayas preocupada. Perdoname. No te digo que no volvería a decirlo, porque necesitaba sacarlo, pero no es justo para vos.
—Es que si me lo decías antes, ni preparaba la valija.
—No me lo hubiese perdonado jamás. Yo me enamoré de vos porque quiero que seas independiente, que no renuncies a tus sueños ni a tu vocación. Y si lo hicieras por mi, no podría vivir con esa culpa.
—Jamás te lo hubiese reprochado.
—No hay manera de saberlo, lo que queda pendiente genera resentimiento, por más noble que uno sea. No es sano. Mejor no saber que hubiese pasado y que tu camino sea el que quieras tomar.
—Lo más importante en mi vida sos vos, que no te queden dudas.
—Si y no. Te agradezco y lo siento de igual forma, pero no puede ser así. Tengo que ser lo más importante siempre que puedas hacer lo que quieras más allá de mi. Y es esto, ahora mismo. Si nos tenemos que separar, meses, años, o para siempre, tendrá su justificación plena. Vos viniste al mundo a hacer lo que vas a hacer ahora mismo. Y si una de tus misiones es haberme amado así, entonces dejándote hacerlo me estás convirtiendo en mejor persona, aunque ya no estemos juntos.
—No, no me digas eso. No quiero ni pensar.
—No lo pienses. Una vez más hablo en voz alta de puro egoísta y en el peor momento. Pero quiero que las cosas queden claras.
—Vamos a hablar todos los días. Y el reencuentro en unos meses y cada uno que venga después,será increíble.
Él hizo media sonrisa. Sonaba a premio consuelo.
—Claro que sí.
Ella lo abrazó del cuello y lo besó con profundidad, al tiempo que no podía reprimir una lágrima. Comenzaba a estudiar una carrera que le daría un futuro profesional brillante, pero el costo era que debía hacerlo en otra ciudad, y no era posible que se mudaran juntos. Convinieron en que ella volvería cada dos o tres meses hasta finalizar, y luego al recibirse, podía trabajar en donde en un momento decidieron iniciar su vida juntos.
La miró a los ojos, despejando una gotita que resbalaba por su mejilla. Él tenía los ojos brillosos también.
—Sos una mujer enorme. Y me hiciste y me hacés mucho bien. Nunca te olvides de eso. Ahora andá y demostrale al mundo la falta que le hacés.
Ambos sonrieron mientras tocaban sus cabezas y sostenían sus manos, como en un ritual.
Ella le dio un último beso rápido y se dirigió al último punto de control. Él la siguió con la mirada hasta que desapareció por la manga que le daba acceso al avión. Se sentó y pidió otro café, que hizo durar hasta que la nave comenzó a carreterar y se perdió en el aire.
Nunca más se volvieron a ver. Sostuvieron sus conversaciones un par de meses hasta que ella comenzó a estar mas distante, alegando lo complicado de las materias. Él también respondió con algo de frialdad. Como si hubiese calculado que algo así podía pasar, o lo estuviese esperando. Cuando llegó el momento de decidir si volvía por unos días, ella dijo que si lo hacía podía poner en riesgo sus primeros exámenes. Él lo entendió sin reproches. A partir de allí los llamados se fueron espaciando. Un día él le sugirió, sin dramatismos, que les convenía dejar de hablar, aunque sea por un tiempo, para no generar expectativas o esperanzas de algo que ya no podía ser. Ella lloró, aunque ya hacía rato que estaba pensando mucho más en un compañero incondicional que había conocido allí y compartía sus horas de estudio, que en esa persona a la que supo amar tanto.
Como si fuese un ritual, él volvió al aeropuerto y pidió un café en esa misma mesa en la que se habían despedido. Contempló un check-in completo de gente desconocida y se preguntó si la paradoja de esa ruptura fueron esas palabras que dijo una sola vez y quizás cambiaron todo. Y sí así fue, el precio de su desahogo resultó altísimo. Pero enseguida descartó la idea. No necesitaba justificativos para disfrutar de su tristeza