La gran y definitiva diferencia entre PODER obtener algo para mejorar la vida Y DEBER hacerlo para no quedar excluído.
¿Por qué la diferencia entre poder y deber termina siendo tan importante?
Hace más de 30 años, escuché fascinado como un locutor desde un programa de radio decía que se venía el trabajo remoto. Que como él era periodista, veía como su profesión iba a poder ejercerse por mail, al igual que la de un redactor, diseñador, ilustrador o corrector. El mail era algo todavía incipiente, pero podía cambiarnos la vida a todos.
Si tenías una cuenta de e-mail, PODÍAS mejorar los tiempos de comunicación con respecto al correo convencional.
Años después, esto fue tan así, que para que te tome en serio una empresa como futuro empleado DEBÍAS tener una dirección de e-mail.
Después llegaron los teléfonos móviles. Los vimos como parte de algo distintivo en películas como Acoso Sexual (1994) y al poco tiempo nos invadían como parte de una necesidad en el ámbito empresario.
Si querías mantenerte comunicado con tus pares laborales, o bien con tus familiares en todo momento PODÍAS tener un teléfono celular y lograrlo.
Años después, para ser ubicado por tu jefe, compañeros de trabajo, clientes o familiares, o simplemente tener una ventaja para que te contraten, DEBÍAS tener un teléfono celular.
Al tiempo, internet de banda ancha como medio principal llegó para quedarse. El trabajo y los contactos remotos fueron una realidad. Servicios de mensajería para conversar en tiempo real, fotos y videos compartidos, y un gran etc. se hicieron fáciles y dinamizaron todo.
Mientras los celulares no dejaban de mejorar sus prestaciones, agregando cámaras de fotos y de video, entre otras cosas, aunque siguieran usando redes analógicas, íbamos acostumbrándonos a la vida en línea, a la que comenzamos a darle una importancia cada vez mayor.
Hasta que llegó Facebook. Hasta ese momento existía algo que cuidábamos con recelo y se llamaba “privacidad”. No publicabas fotos tuyas ni de tu familia en ningún lado y siempre formaban parte de álbumes familiares que solo sus dueños veían. Pero de pronto, le entregamos a una empresa privada mundial, nuestros datos en masa. Quiénes éramos, a qué nos dedicábamos, nuestros pasatiempos, nuestras relaciones, y lo peor de todo, datos y fotos de nuestros hijos o parientes que ni siquiera podían darnos consentimiento para hacerlo, porque se trataba de nuestra cuenta.
Es decir, para tener muchos más “amigos” en todo el mundo PODÍAS tener una red como Facebook.
Con los años, para ser tomado como alguien “normal y real” DEBÍAS tener Facebook.
En paralelo, y un poco vislumbrando lo que se veía, una familia norteamericana que había sido secuestrada pedía que se les instalen chips en sus cuerpos para que la policía pueda rastrearlos y “protegerlos” de cosas como esa. Muchos estuvieron de acuerdo en verlo como alternativa.
Y luego, como segundo gran golpe, y a pesar de la irrupción de redes como Twitter, que parecían querer destronar a Face, llegó Instagram. Y con ella, la vanidad, la posibilidad de mostrar minuto a minuto nuestra vida, con fotos de comidas, viajes, salidas o simplemente cambios de look. Si Facebook brindaba los datos duros de cualquiera de nosotros, IG lo hacía monitoreando, de forma totalmente voluntaria y complaciente, hasta el último de nuestros días.
Y esto se daba en paralelo con la llegada de los teléfonos inteligentes (smartphones). Ya las cámaras igualaban a cualquiera de las profesionales, tanto en video como en fotografía. De hecho varios directos experimentaron haciendo películas enteras con ellas. Las aplicaciones de comunicaciones se perfeccionaron y las videollamadas fueron otra realidad.
Y en este punto, si querías que el mundo te conozca PODÍAS tener un smartphone.
Pero si no querías quedarte fuera de nada, DEBÍAS tener un smartphone.
Luego, las empresas de servicio comenzaron a presionarse a la sociedad con el tema de las “boletas sin papel” por un tema ecológico. El absurdo estaba, al principio, en que podías recibir la factura por mail, pero debías imprimirla para pagar en los lugares habilitados.
Eso duraría poco, porque luego llegaría la banca virtual, con la cual podríamos operar desde nuestro propio smartphone.
Con mucha más cercanía a los tiempos que nos tocan vivir, llegaron las bancas virtuales. Y con ellos la posibilidad de pagar cuentas, servicios y hacer compras con ellas, desde nuestro celular.
Si querías ahorrarte largas colas PODÍAS tener una cuenta virtual para pagar servicios.
Pero si realmente necesitabas tener todo al día, supervisado y con asistencia “online” DEBÍAS tener una cuenta virtual en cada empresa de servicios.
Pagamos muchas cosas por débito y crédito sin siquiera dar autorización. Antes se necesitaba si o si una firma y la presentación de un documento para comprar en un local. Hoy cualquiera puede comprar sin tarjeta con un solo clic, desde una PC o celular. Y lo que es peor, sin que siguiera la tarjeta sea suya.
Por eso mismo surgió la necesidad de analizar “datos biométricos” de los usuarios. Y los smartphones se hicieron cada vez más “smart” y ya saben quien es su dueño, con reconocimiento de huellas dactilares, retinas o facial. Tu teléfono sabe exactamente quien sos, así como cada empresa a la que diste consentimiento para que use esos datos por vos.
Recientemente, hubo un “suceso mundial” que nos “obligó” a quedarnos en casa. Con eso, la necesidad de la virtualidad llegó a los que menos la utilizaban.
Crearon aplicaciones para monitorear nuestros movimientos, nuestro estado de salud y nuestras salidas “no autorizadas”. Con ellas nos decían si teníamos o no el ejercicio de los derechos que antes ni siquiera debíamos reclamar ni hacer valer.
Personas mayores que no podían retirar en persona sus medicamentos de la obra social, o pedir un turno en su sede, necesitaban tener una cuenta de mail para poder hacerlo o renovar sus recetas. Lógicamente, muchos de ellos que se negaban a tener un celular eran asistidos por sus familiares. Otros terminaron claudicando y comprando un smartphone para no quedar excluidos.
Entonces, llegó el momento en el que si querías que nos “cuidaran” PODÍAS tener un smartphone.
Pero para estar dentro del sistema y no convertirte en un marginal DEBÍAS tenerlo.
Hoy y desde hace un tiempo, en China se utiliza un sistema biométrico por el cual, cada ciudadano es constantemente evaluado y puntuado cada vez que aparece en una cámara o sensor. A partir de eso, se determina a qué tiene derecho o qué restricción se le aplica. Desde su estado crediticio, hasta sus pasatiempos, actividades laborales o relaciones de pareja. Se conoce TODO sobre ellos, y los cambios que experimentan TODO EL TIEMPO.
Hoy, casi cualquier gobierno del mundo podría aplicarlo. Solo se necesita que, una vez más, la sociedad asustada diga SÍ, QUIERO PERDER MIS DERECHOS Y PRIVACIDAD.
Y lo están haciendo.
Y este tipo de análisis y decisiones, ni siquiera lo determina una persona al servicio de un estado o de una multinacional, sino algo que se llama Algoritmo, asistido por una Inteligencia Artificial.
¿Ven la progresión? ¿Cuál creen que será el futuro dentro de un par de años?
Dentro de muy poco nadie que no tenga un smartphone ni una cuenta virtual podrá hacer una sola compra en un lugar habilitado. Será por ley. No importa si tu número de cliente/ciudadano está en un celular, o en un chip que lleves en la muñeca. No vas a estar integrado ni habilitado si no lo tenés. Lo mismo tus servicios o cuentas por pagar. Si no querés autorizarlo, seguramente ya lo habías hecho antes, al presionar “acepto” en algún parpadeo de pantalla.
Entonces, como dicen varios autores y librepensadores que pudieron desde hace tiempo ver un poco más allá:
Solo habrá dos tipos de personas, las que acepten vivir bajo estos términos, y las que no.
Las que se integren con todas las condiciones, (y probablemente digan “no queda otra”) y los que, con todo el sacrificio del mundo y enfrentando un mundo que les es 100% hostil, se larguen a la aventura de vivir por fuera del sistema.
Algo tan simple como decir: “vivo de lo que cultivo y de lo que cambio como parte de lo que hago con mis pares, no necesito nada de ningún supermercado ni profesional”, será todo un desafío. Uno real, no utópico, una decisión que habrá que tomar sí o sí.
El problema es que ni siquiera habrá una intermedia que puedas tomar, porque si no estás integrado como ellos pretenden en el sistema, no tendrás derecho a nada.
Ya no importa si muchos lo consideran imposible, o algo difícil de entender como alternativa, lo cierto es que la escala de grises se va oscureciendo cada vez más. Y si no damos el salto al blanco antes de que todo se haga negro, perdimos.
Este último año, y aunque a muchos les parezca chiste, la Inteligencia artificial nos demostró que somos absolutamente PRESCINDIBLES para el mundo que plantean. Así que todo lo que están programando, va en esa línea.
¿Vos te dejarías prescindir porque sus algoritmos dicen que no les servís más, o crees que la vida es otra cosa?
Sin darnos cuenta (como el sapito en la olla de agua hirviendo) estas pequeñas/grandes comodidades nos estaban condicionando y quitando libertad año tras año. Ahora llegó el momento de pagar las consecuencias.
Ya no hay nada más allá del avance, nos acercamos precipitadamente a la tan mentada “singularidad”.
En lo personal, nunca creí llegar a ver algo así, fascinado como estaba por las distopías y los mundos planteados por la ciencia ficción. A lo sumo pensé en ver pasar autos voladores y super-robots con una inteligencia admirable, y no mucho más.
Y ahora pienso que si bien PUDE darme cuenta antes de que esa pesadilla era posible, DEBÍ hacerlo antes.
Ya es un poco tarde, aunque me crea capaz de dar el salto, duela lo que tenga que doler.
PODER Y DEBER integra la antología de LÍNEAS HUÉRFANAS