Si por algo está sola, solo hay que aceptarlo.
Inspiró profundo, tomó el vaso y bebió un trago enorme antes de hablar. Se venía un vendaval de consideraciones en crudo que su amigo le diría en su cara. Algo que no había pedido, pero que sabía que necesitaba escuchar.
—¿Sabés que pasa, hermano? Por lo que me decís, esa mujer parece muy dañada. No sabe amar, o no sabe amarte, no porque no lo haya hecho antes, sino porque se olvidó de como era sin miedo a que la lastimen. Es tan insegura que por momentos te cela como si fueses su máxima posesión, pero otros te ignora como si literalmente no existieras.
Y hablo de inseguridad, porque si eso no es señal de no saber lo que quiere, no sé que lo sea. Te ha confiado cosas que vos mismo me dijiste, que son tan íntimas que no las compartiste ni conmigo, que soy tu caja de seguridad, de mí nunca salió algo que me hayas dicho. Y no te lo reprocho, eso habla muy bien de vos, pero cuando me describías la confianza que te tenía con cada revelación, te brillaban los ojos.
“Es lindo tener alguien que comparta sus secretos con vos, eso te hace sentir apreciado”.
—No obstante, te quejabas de que muchas veces se pasaba de fría, pero también me contabas de alguno de los gestos esporádicos que tenía con vos y que valían más que mil abrazos. Nunca te escondió de su familia o de sus amigos, eso presagiaba que sería todo transparente. O al menos eso creías que pasaría. ¿No es así?
—Si, trato de pensar si no me estaría engañando a mi mismo al interpretar lo que oía, quiero creer que no.
—Bien, entonces aceptá que hay gente así. Que te desconcierta de la noche a la mañana. Quizás sea raro que uno no huela desde el principio que algo puede andar mal en todo eso. No porque pareciera todo perfecto, sino porque hay como muchas ganas de que así sea de ambos lados y termina siendo forzado, ¿me explico?
—Si, claro, pero ¿qué se supone que deba hacer en esos casos? Si yo veo que del otro lado no me responden como espero. O que no inician nada si yo no lo empiezo antes…
¿Es sano que sea siempre yo el que tira del carro?
—No, no lo es. Y no lo digo porque sea tu amigo. De hecho, tomando distancia, hasta puedo pensar que quizás no sea tan así, como lo describís. Pero si lo fuera, por supuesto que no es sano, las relaciones siempre son de a dos. Hablo por lo que me contás, a ella no la conozco, así que lo que te diga es en esos términos. No soy un mediador, porque me falta la otra versión para intentar ser objetivo.
—Es que no puedo dejar de pensar en que hice o estoy haciendo algo mal y por eso se cortó.
—¿Y si lo que hacés mal es pensar en que no se tiene que haber cortado? ¿Y si realmente no tenían que estar juntos? No busques culpables, pensá que si todo funcionara así, todos seríamos piezas que encastran con cualquiera que se les cruce. Y aunque lo parezca a simple vista, hace falta mucho más que eso.
—Ya no sé si hablarle o llamarla.
—¿Quién lo hizo las últimas tres veces?
—Siempre yo. Las últimas cinco o seis veces.
—¿Te tengo que contestar?
—Supongo que no —dijo y empinó el vaso. Se hizo un silencio necesario por unos minutos—. Y bueno, será como tanto dicen de la gente complicada: “Por algo está sola”.
—No, no está sola. Hasta que decidas otra cosa, te tiene a vos. Y a veces con eso, por abstracto que parezca, a algunos les alcanza. La pregunta sería ¿a vos también te alcanza?
Siguieron en silencio otra tanda de minutos, y una nueva ronda de cerveza.
—¿Sabés qué? Está bien que me tenga. Aunque sea de esa manera. Quizás por eso quienes no la conozcan pueden decir que está sola, y ella ría al final porque sabe que no lo está. Y creo que puedo vivir con eso.
Su amigo levantó el vaso y brindaron, por esa extraña manera de vivir la soledad.
de la antología de relatos breves “Líneas huérfanas”