Cuando entró al restaurante lo primero que hizo fue mirar por encima al resto de las mesas, por si acaso la persona con la que se encontraría ya hubiese llegado. Podría decirse que fue por puro aprendizaje, de una vez anterior que pensó que lo habían plantado y estaba a punto de cenar solo, sentado a solo dos mesas de su eventual pareja, que también creía que su cita le había fallado.
Esta vez se dijo para sí mismo que estaba más calmo, aunque todos los tics y temblores que solían traicionarlo en esos momentos estaban más presentes que nunca. Parecía un novato y eso lo hizo sentir peor, dada su experiencia previa. Le hizo una seña al mozo, una vez comprobado que ninguna mujer estaba sola en otra mesa, aún teniendo en cuenta que se trataba de una cita a ciegas.
Pidió una mesa para dos y lo ubicaron junto a la ventana. Tomó la carta y comenzó a revisar los precios, no quería que su cara de sorpresa lo hiciera ver como un avaro más tarde. No llegó ni a la columna de entradas cuando una joven apareció frente a él con tanta limpieza de movimientos, que parecía que se había caído del techo. Le extendió la mano y se lo quedó mirando con una expresión entre vivaz y asertiva. Tenia unos ojos negros brillantes y un cabello lacio recogido en una coleta. Solo con eso se veía deslumbrante. Él respondió el saludo, que parecía más propio de su llegada a un despacho de oficinas.
Vaya forma extraña de comenzar una cita, pensó.
—Mucho gusto, Lucas. Antes de comenzar con todo esto, quisiera que le eches un vistazo a este contrato. No es para que lo firmes ahora, eso queda para lo que resulte después.
—Ho… hola, me tomaste por sorpresa. ¿Qué contrato dices? ¿Qué clase de..?
—Descuida, lo haremos más fácil, te lo leeré —tomó la hoja y sin esperar respuesta comenzó a leer en un tono ameno, pero exageradamente formal—. Punto número uno: quien abajo firma (de ahora en más, el pretendiente) se compromete a seguir estas simples reglas de protocolo con las que se facilitará la posible relación a iniciarse en el día de la fecha, y sin perjuicio de lo que suceda si esto no llegara a producirse.
Punto número dos: si se produjera un acuerdo para seguir viéndose luego de esta primera cita, antes de separarse determinarán quién llama a quien, sin especular para saber quién está más interesado por ese simple hecho. Se supone que ambos lo están, por algo es un acuerdo. Y si utilizan servicios de mensajería evitarán el mismo recurso para demostrar falta de interés. Es preferible “ahora no puedo hablar” o “no tengo ganas” que un visto.
Punto número tres. Los amigos de cada uno no tienen por qué ser compartidos, la relación es de a dos.
Punto número cuatro: los malos entendidos dejarán de serlo cuando el otro los aclare de inmediato. Y si las explicaciones no son aceptadas, la parte afectada es libre de interrumpir la relación, pero no de guardarla como carta de reproche a futuro.
Punto número cinco: no se hablará de exparejas salvo que sea insalvable. Mucho menos se harán comparaciones.
Punto número seis…
—Disculpa, ¿es una broma?
La chica levantó la mirada, cero expresión, misma intensidad.
—¿Acaso me estoy riendo?
Lucas se la quedó mirando, aún aturdido.
Punto número seis: los gastos de salidas y en común se comparten, los regalos no se devuelven, ni se discuten una vez entregados y aceptados.
Punto número siete: no existen mentiras pequeñas. Solo son mentiras y al quedar expuestas, es motivo más que razonable para terminar con la relación.
Punto número ocho: este contrato contempla una relación de a dos, si aparece un tercero, queda sin vigencia.
Punto número nueve: cualquiera de los firmantes puede cesar la relación sin dar explicaciones, solo debe manifestarlo de palabra y no con ausencias prolongadas.
Punto número diez: la penalización por el incumplimiento de este contrato es… —levantó la mirada, esta vez con picardía—, bueno creo que podemos dejar esto para cuando haya un acuerdo para iniciar la relación, ¿no te parece? Después de todo, aún no se conocen. Ahora, me disculpo, debo retirarme. Ya está por llegar tu cita.
—¿Qué dices? ¿Tú no eres…?
—Mucha suerte, Lucas, la vas a necesitar.
La chica desapareció en un parpadeo. Lucas examinó la hoja, estaba escrita toda a mano, con una caligrafía impecable, aunque parecía de trazo algo apurado. En los minutos siguientes, rio, sacudió la cabeza, incrédulo, y siguió pensando que tal vez sí se tratara de una broma. En quince minutos más, su celular sonó trayendo un mensaje.
“Lo siento mucho, Lucas, no llegaré a nuestra cita. Problemas personales. Otro día será. Saludos. Amanda”.
Volvió a reír, pero esta vez de manera amarga. En los últimos años, no había tenido demasiada suerte con las citas, pero era la primera vez que no llegaba ni a encontrarse con una. Salió del restaurante, miró una vez más la hoja y se preguntó qué clase de loca le mandaría a alguien con una lista de condiciones para luego faltar. Quiso hasta pensar en una sanción para la última cláusula de ese contrato incumplido. Estaba a punto de hacer un bollo la hoja y arrojarla, pero sin saber muy bien por qué, la guardó en el bolsillo.
—Bravo —dijo una voz por detrás—, debí agregar una cláusula de conservación del medio ambiente.
Lucas se giró con cara de asustado. La chica del contrato estaba apoyada en la pared de la esquina, con las manos en los bolsillos. Se veía más menuda de lo que le pareció antes.
—Sé lo que estás pensando. No soy tu cita. Supongo que ella te plantó. No la conozco.
—Pero dijiste que…
—Qué estaría por llegar, supuestamente lo haría, pero no me mandó ella. Nunca te mentí.
—No entiendo.
—Soy mesera de este antro al que vienes a fallar siempre. Y me preguntaba por qué, qué estaría tan mal en tí para que cada tanto tus relaciones se corten y vuelvas, insistiendo al mismo lugar. Como si no hubiese muchos más lugares para fracasar.
—¿Me estabas espiando?
—Ni siquiera hizo falta. ¡Como si anduvieses escondiéndote! Lo del contrato era para hacerte pensar un poco. ¿Tal vez te hayas equivocado en alguna de esas cosas?
—Lucas miró la hoja, con algo de vergüenza.
—Es probable. ¿Lo hiciste solo para reírte de mí o estás estudiando psicología?
—No, la crueldad no es algo que me guste practicar. Solo quiero una cosa, que esta noche misma pudo haber salido muy mal, pero debía arriesgarme.
Lucas estaba tan confundido que no podía ni siquiera animarse a preguntar.
—Una cita, Lucas, quiero una cita contigo. Que por cierto no será a ciegas, ni con una lista de cosas que ni siquiera tendremos que discutir, porque ya quedaron claras. ¿Qué dices?
Lucas hizo un silencio largo y algo incómodo, mientras miraba hacia abajo.
—¿Tengo que firmar el contrato?
—No, con un beso bastará, pero solo luego de que me invites a comer.
—Eso no es lo que dice el contrato —dijo sonriendo por primera vez.
—Excelente, pasaste la prueba. Compartiremos gastos, pero vamos a un lugar más barato.