resurrección

Resurrección

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Fui fruto de un parto una vez, momento que curiosamente no recuerdo siendo algo tan trascendental en mi vida.
Quizás fue porque estaba lo suficientemente aturdido y pegoteado adaptándome al nuevo y seco ambiente, o porque quise olvidarme del sujeto que sin conocerme ni un poco me dio una buena bofetada para provocarme el llanto.

Se podría decir que ese fue mi primer nacimiento. Luego tuve una infancia y una adolescencia normal, de esas en las que uno se la pasa aprendiendo de los padres y maestros que las cosas más interesantes no deben hacerse, justamente para no morir de cuerpo entero, y llegar a tener una edad que se convierta en una especie de récord personal vaya a saber para qué macabro registro. Pero lo que nunca me enseñaron era que se podía tener más de una muerte, y por eso aclaré “de cuerpo entero” porque se puede morir de a pedacitos, por curioso que parezca.

Así lo aprendí un día en el que luego de un terrible accidente sentimental, y de una dolorosa agonía, se me murió el corazón.
Ni mis padres, ni mis amigos, ni mis maestros me lo advirtieron; tuve que aprenderlo solo, y como una amarga paradoja, nadie tampoco me dijo que estaba mal ni que era tan peligroso enamorarse, sino todo lo contrario.

Y así anduve un tiempo largo. No sé en qué momento fue pero un día la tortura terminó y mi corazón dejó de latir por el motivo principal que lo había llevado a ese estado.
Y caminaba, como una especie de esqueleto animado que veía todo teñido de gris. Sin rabia, sin bronca, sin angustias, sin ganas. Comiendo, trabajando, riendo sólo para desacalambrar un alma que era sólo un reflejo, la voluta de humo de un puro ya consumido.

Hasta que un día apareciste, sin que nada lo previera. Hablamos de trivialidades, de gustos personales, de aficiones. Luego pasamos a las experiencias, a nuestras penas, a nuestras vivencias. Me entendiste como nadie, y yo también lo hice.
De todos modos tomé distancia, sabía que ya no tenía corazón que pudiese morir, pero antes tampoco sabía que se podía ir solo y dejarme a mí como alma en pena, ¿y si ahora descubría que mi hígado o uno de mis riñones también podía enamorarse y padecer lo mismo para luego morir deparándome vaya a saber qué nuevos dolores?

No, no podía imaginarlo siquiera.
Pero si había algo que tampoco me enseñaron, era que eso no podía controlarse. Mis ojos comenzaron a verte distinta. Los grises tomaron cada vez más pigmentación. Te vi en perfectos, definidos y sublimes colores al tiempo que me di cuenta de que ya estaba seriamente comprometido. Sabía lo que me esperaba, pero no me importó,
Me palpé todo el cuerpo antes de ir a tu encuentro, esperando averiguar cuál sería el maldito órgano que fuese el siguiente en morir, y decidí entonces que no tenía mucha más paciencia para guardar.

Golpeé a tu puerta. Te miré a los ojos, te tomé en mis brazos y te di el mejor beso que tenía sin tener que recurrir a recordar uno de mi vida anterior.
Y allí me di cuenta, por fin lo entendí, cuando mi corazón comenzó a moverse de nuevo como si nunca se hubiese marchado.
No recibí ningún chirlo, no lloré aunque de la emoción hubiese tenido ganas, pero esa fue la segunda vez que nací.
Y pude hacerlo gracias a ti.


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