Un puzzle tan difícil como irresistible
Te quiero armar.
Anoche te vi y soñé como parte de un rompecabezas. Uno del cual creía tener cada pieza, pero que lejos de intentar exprimir mi mente para lograr que encajen a medida que las iba utilizando, componía mi corazón con cada recuerdo.
O con cada ilusión, con cada anhelo de un momento por vivir.
Ahora mismo, cierro los ojos e intento recordar cómo lucía cada una de las que tuve en mi mano, y así reconstruir la situación.
Desde un cabello rebelde, al rabillo del ojo de una mirada fastidiosa.
Desde un meñique levantado, al codo que a veces se independiza y termina golpeándose con dolor, y luego el lamento de una torpeza infantil.
Desde un labio que se arruga cuando pide algo de modo aniñado, hasta el delicioso vacío que se produce entre tu cuello y el hombro cuando se cae un bretel.
Desde ese collar de perlas que hay en tu boca cuando te sonríes, hasta esas partes que no podría nombrar sin ruborizarme, pero que reflejarían la misma belleza si pudieras exhibirlas con total libertad, sin que nadie deba escandalizarse.
Pero en este puzzle caprichoso también hay ideas, sensaciones, sentimientos, no solo partes visibles o palpables.
Y debo tomar cada una de esas piezas y averiguar si van en tu cabeza o en tu corazón. O en tu estómago, si es que tienen forma de mariposa.
Y es porque te quiero ver armada, te quiero ver completa y plena, y quiero ser yo el que lo haga posible.
Quizás se vea un poco egoísta, pero luego pienso que si alguien más te recompone y te completa, aunque mi sonrisa sea agridulce, mi alma estaría feliz de que lo seas.
Sin embargo, insisto en querer completar este “compone corazones” fuera de mis sueños. Aunque además de mi cabeza algo confundida y mi corazón impaciente, pueda dolerme el haber perdido alguna pieza, o el hecho de que ya no esté disponible.
Son los riesgos de no revisar cada día esta maravillosa y compleja obra.
Son los riesgos de no cuidar lo que nunca se debe perder de vista.
Y allí, en esos momentos en los que creo que jamás podré verte completa, es cuando apareces, con la pieza que no encontraba.
Pero me propones un nuevo juego; te la tengo que quitar.
Como a tu ropa.
Como a tu alma.
Como a tus ganas de estar sola y tranquila, aunque a veces esa soledad pueda pesar más de la cuenta.
Y hasta doler.
Y entonces me olvido de pensar en donde va cada pieza, porque veo que prefieres unas mil veces ser amada, que estar armada.
Pero eso se hizo evidente luego de que yo lo intentase.
De que yo me ocupara de entender como es tu cuadro completo.
De que me interesara en ver hasta lo más profundo e íntimo de tu ser.
Porque finalmente creerás que me tomé el trabajo, cuando en realidad, me di el inmenso placer de intentar componerte, que al mismo tiempo, era el único modo de lograrlo conmigo.
Así que ahora solo restan los besos dulces y húmedos, las palabras al oído que erizan pieles, y las caricias que en otro momento, no me hubiese atrevido a dar. Porque es ahora mismo cuando te quiero armar.
Lo único que podrá combatir mi frustración de no haber podido hacerlo, es que te pueda llegar a amar como nunca nadie antes lo haya hecho.
Y es allí, donde realmente me doy cuenta de que esa, era la pieza que faltaba.
Y calza justo por encima de tu sonrisa, y por debajo de esa lágrima de emoción.
de la antología de relatos breves “Líneas Huérfanas”