Un tiempo de locos no se le niega a nadie, mucho menos en una sala de espera.
Un hombre de aspecto distinguido (Segundo) se encuentra sentado en el sillón de la sala de espera de un consultorio, junto a una mesa ratona con una pila de revistas. Toma una, saca un bolígrafo y comienza a hacer palabras cruzadas. Entra en escena otro hombre de aparente timidez (Horacio) y se para junto a él, sin tomar asiento.
Horacio: Buenos días
Segundo: Buen día, caballero.
Horacio: (carraspeando) Qué tiempo loco, ¿no?
Segundo: No sé por qué lo dice. Si se refiere al clima es una cuestión meteorológica, no de cordura.
Horacio: Está bien, es una forma de decir. ¿Vio que hoy amaneció lindo?, bueno, ahora llueve, y dentro de un rato quien sabe…
Segundo: Entonces querrá decir “qué tiempo variable”.
Horacio: Tiene razón, pero no es lo que se acostumbra, ¿y si le digo “qué tiempo de locos”, mejor?
Segundo: ¿Y por qué los locos iban a tener más derecho a tener el tiempo que los demás?
Horacio:(resoplando) No me la va a hacer fácil, ¿eh? ¿Usted como lo hubiese dicho?
Segundo: ¡Qué día de mierda!
Horacio: Ja, pero eso también es inexacto, ¡no me imagino al día lloviendo excremento! Ya que es tan literal…
Segundo: Usted porque no dejó el auto debajo de una cornisa llena de palomas, y porque luego no pasó por una vereda en la que había dos cagadas de perro por baldosa. Me faltaba saltar por encima de una sola, cuando tuve un error de cálculo. ¿No huele? (Horacio pone cara de asco).
Horacio: Bueno, se ve que nada de lo que le diga le va a venir bien. Al fin y al cabo solo quería darle un tema de conversación.
Segundo: ¿Y por qué no lo dijo antes?
Horacio ¿Qué cosa?
Segundo: Lo del tema de conversación.
Horacio: (encogiéndose de hombros) Cómo quiera, ¿quiere que conversemos?
Segundo: No gracias, hoy tengo un día de mierda.
Horacio ¡Qué persona complicada! Ni que fuera tan difícil hablar de cualquier cosa para matizar la espera y matar el tiempo.
Segundo: (con cara de indignación) Asesino.
Horacio: ¡Otra vez la literalidad! Es una expresión, viejo. Ir “gastando” los minutos en algo mientras esperamos. ¿Tan difícil es de entender?
Segundo: Lo único que entiendo que es que si no mata a su tiempo, lo gasta. ¿Por qué no lo usa, mejor, y le saca más provecho?
Horacio: Me quiere confundir, y no lo va a lograr. Mejor aprovecho estas revistas que son menos combativas y “uso” mi tiempo con ellas.
(Se produce un silencio mientras Horacio toma una revista y la ojea. Al rato la arroja otra vez a la mesa ratona con gesto de aburrimiento)
Horacio: ¿Cuándo entró el último paciente?
Segundo: (señalando hacia el otro extremo de la habitación) Exactamente cuando se abrió por última vez esa puerta.
Horacio: Pero yo no estaba y no lo vi.
Segundo: Yo sí, por eso se lo digo.
Horacio: No se haga, sabe que le pregunto por el tiempo que pasó desde que pasó.
Segundo: ¿Y qué pasó?
Horacio: Olvídese. Prefiero aburrirme antes de perder la razón. Al final vengo a terapia sin estar muy convencido de que no estoy perdiendo el tiempo y me encuentro con usted que me va a terminar enloqueciendo sin dudas.
Segundo: Entonces habrá confirmado que no perdió su tiempo al venir, finalmente.
Horacio: ¿Y qué me dice de usted? Seguro que tiene un problema serio. En la sala de espera del odontólogo no me hubiese cruzado con alguien así.
Segundo: Probablemente. Hay un alto índice de meteorólogos con caries.
Horacio: No aprendo más. No sé por qué le sigo hablando.
Segundo: Porque quería conversar.
Horacio: Pero usted no.
Segundo: Pero no me estoy quejando.
(Se produce un silencio incómodo, Horacio mira hacia otro lado, buscando distracciones)
Segundo: Está bien, comencemos de nuevo, le doy otra oportunidad.
Horacio: ¿Perdón? ¿Usted me da otra oportunidad?
Segundo: Sí, hombre. Entre de nuevo y trate de entablar una conversación.
Horacio sale y vuelve a entrar, frotándose las manos.
Horacio: ¿Qué tiempo loco, verdad?
Segundo: Buenos, días, ¿no le enseñaron a saludar? –sonríe complaciente—. Disculpe, fue muy tentador. Sí, es cierto… ¡Hace un tiempo de locos!
Horacio: Y dicen que mañana va a llover de nuevo.
(Ambos se miran y alzan las cejas)
Segundo: Y, sí. ¿Qué le vamos a hacer?
Horacio: Mientras esté lindo el fin de semana…
(Nuevas miradas de interrogación, asintiendo con la cabeza)
Segundo: ¿Terminó ya?
Horacio: Sí, si no tiene nada para agregar.
Segundo: (Mirando el reloj) Menos de un minuto. Si mató algo de tiempo fueron unos pocos segundos las víctimas que lamentar.
Horacio: Tiene razón, creo que me sentí mejor discutiendo sus objeciones que tratando de buscar una charla con la estúpida excusa del clima.
Segundo: ¿Entonces aprendió algo?
Horacio hace un gesto pensativo
Horacio: Creo que si, ¿debería usar mejor el tiempo evitando las redundancias y obviedades?
Segundo: ¿Y a usted qué le parece?
Horacio: Qué evidentemente es así. Pero me preocupa un poco que me diga esto, ni que fuera el terapeuta.
La puerta del consultorio se abre, sale una mujer con un balde y un cepillo en la mano. Habla dirigiéndose a Segundo.
Mujer que limpia: Doctor, ya puede usar su consultorio. Ojo con el baño que tiene lavandina.
Horacio: Pero… ¿Usted era el psicólogo? ¿Estuvo jugando conmigo todo el tiempo?
Segundo: No, mi querido. Yo no juego con el tiempo de nadie. Es mi trabajo y lo tomo muy en serio. Son cinco mil pesos. Y su tiempo ha terminado.
Tiempo de locos pertenece a la antología de relatos de humor “Nunca es suficiente queso”