vuelan noches

Vuelan Noches

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Vuelan noches —pensó por última vez—, haciendo justicia.

El viejo y el muchacho miraban el atardecer sobre el mar, sentados al borde de un peñasco, que a pesar de la altura embriagadora otorgaba una extraña sensación de seguridad.
El mayor levantó un dedo y miró a su compañero, con cara expectante.

—¿Lo oyes?

El muchacho asintió, aunque algo confundido.

—¿El viento? Si, se hace cada vez más fuerte a medida que cae el atardecer.
—No, no precisamente. Hablo de ese crepitar, como si tomaras un puñado de hojas y los hicieras crujir entre tus dedos hasta hacerlos polvo, y luego dejaras que se lo lleve la brisa.
—Pues… si, algo de eso escucho también. ¿De qué se trata?
—Son tus noches, que se van volando.
—¿Mis noches?

—Así es, te aseguro que las de cada persona suenan muy distinto. Mi descripción fue a modo de cómo debes leer la partitura, pero la música de tus noches fluyendo, es solo tuya.
—Y, ¿qué es exactamente lo que dice ese sonido?
—Que vuelan noches que jamás recuperas.
Que reflejan las veces que no has podido dormir preocupado por vaya a saber qué.
Vuelan las que te quedaste esperando un llamado.

Las que dormiste abrazado a quien supiste amar.
Y las que pasaste contando cuantas ibas sin tener el calor del cuerpo de alguien a tu lado.
Las que pasaste en vela, quizás charlando con alguien afín sin darte cuenta que el sol quería salir y no lo dejaban para seguir disfrutando de esa plática.
Las que abrazaste a tu mascota agradeciendo ese amor tan puro que no te dejaba flaquear.

Las que ignoraste al caer rendido luego de un día agotador.
O las que han sido testigo de algún crimen cometido, que la oscuridad intentó ocultar.
Las noches vuelan, pero también quedan allí, en el eco de tus recuerdos. Y van siendo parte de tu ser.
—¿Y por qué contamos noches y no días?
—Porque los días son distracciones. Pero ¿pasar cada noche? Es un desafío que todos tenemos a diario.

—Nunca lo había pensado así.
—Mejor. Si un equilibrista piensa en los riesgos de lo que hace mientras avanza sobre el alambre, terminará estrellado. Y si una criatura en medio de su devenir noctámbulo se empecina en tomar conciencia de cómo pasa su noche, quizás no llegue a amanecer. Vive tus noches, y luego, mientras maduras, las sientes volar.
—¿Siempre has escuchado volar tus noches?

El viejo sonrió con algo de amargura.

—No, para nada. Es algo que se aprende. A veces un poco tarde. O quizás en el momento justo. No soy bueno evaluando si cuando me doy cuenta de algo, sucede en el mejor momento. Nunca lo fui, tampoco ahora.
—Creí que estabas aquí para enseñarme.

—No, lo estás aprendiendo solo. Incluso al prestarme atención. Porque yo no estoy aquí en realidad, soy sólo una visita para darte un vistazo de lo que te espera.
—Lo sé, y así lo pedí. La noche de mi cumpleaños cerré los ojos y pedí encontrarme con mi futuro, y comprobar si me convertiría en un sabio o en un idiota.
—No voy a preguntarte cómo vas en la comprobación. Ya conozco la respuesta. Y no sólo puedes convertirte en sabio o idiota.

—Es verdad, poco puedo decirte que no sepas, o que hayas olvidado. Pero lo de las noches… me tomó por sorpresa. Les prestaré atención de aquí en más. Quizás el vuelo de cada noche me enseñe a vivir la siguiente.
—Mira hacia el frente, tendrás a tu mejor maestra.
—¿La luna?

—Exacto. Su luz es fría, su influencia séptica. Lo que ves reflejado en ella, es lo crudo de lo que llevas dentro. La noche que estás solo tienes que lidiar contigo. La que no, solo ignorar tus miserias con la alegría de saberte acompañado. Engañas a la noche para que no te corrompa, tú y tus acompañantes desertores nocturnos lo hacen. Pero luego, ella volará y te lo recordará.

—Es como si trataras de recomendarme que no viva por las noches.
—No, no te estoy advirtiendo ni previniendo. Solo te pido que sientas el vuelo de cada una, porque eso también forma parte de tu vida.
—¿Será que moriré una noche?
—¿O será que tu última noche ha llegado?

El muchacho abrió los ojos con gran sorpresa, el viejo sacó un cuchillo de hoja pequeña y lanzándose contra él, lo enterró en su abdomen. Hasta ese momento, siquiera sabía si era capaz de tocarlo. Confirmando que sí podía, su atacante dio medio giro al mango del arma blanca para que penetrara más aire por la herida y la muerte sea inevitable.

—Fueron demasiadas noches volando, tantas que corrompieron mi alma y me convirtieron en algo detestable. Te hubieses convertido en un monstruo, en esto que ves, capaz de engañarte con su voz suave y detrás de una mirada amigable. Pensé en advertirte, pero vi lo peor en tus ojos. Ya era tarde, ahora sólo me resta dejar que la noche haga su último trabajo en mi vida, en nuestras vidas.

Pero sobre todo, para que las futuras víctimas potenciales de lo que hubieses hecho en tus noches, puedan ver muchos más amaneceres.
Gracias, por darme la oportunidad de enmendarlo.

El muchacho no podía hacer más que intentar comprender aquello en medio del dolor. Su deseo por cumplir, fue mucho más allá de lo que jamás pudo imaginar.
El viejo empujó el cuerpo por el barranco y observó cómo caía a plomo sobre las rocas empapadas de espuma de mar, no sin antes golpear en un risco. Extendió los brazos y pudo sentir cómo se deshacían en la misma medida que su encarnación juvenil iba exhalando el último vestigio de vida.

Vuelan noches —pensó por última vez—, haciendo justicia.

Henry Drae

Vuelan noches pertenece a la antología “Colores que nunca combinan“.


Vuelan Noches

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